Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Baltasar Garzón y Dolores Delgado, ex juez el primero y ex ministra la segunda, van a oficializar con boda y fiesta por todo lo alto una relación que mantienen desde hace casi treinta años, y que ha ido serpenteando por complicados meandros que han incluido el habilidoso modo de evadir la cruda dificultad para disfrutarla que imponía el matrimonio por separado de cada uno de ellos. El ex magistrado de la Audiencia Nacional ha cumplido sesenta y cinco años de una vida intensa y habituada a episodios de alto contendido polémico, entre los que no han faltado aquellos que han puesto en duda la buena práctica de su oficio y las consecuencias de actos muy cuestionables que le ha costado su carrera de juez. Garzón fue inhabilitado para la judicatura como reo de prevaricación. Colocó escuchas en los encuentros entre sus investigados y las correspondientes asistencias legales, vulnerando el sacrosanto principio de confidencialidad entre abogado y detenido.
Lola Delgado por su parte, tiene sesenta y dos años y su trayectoria profesional tampoco está libre de polémica, incluyendo su presencia en los famosos almuerzos del comisario Villarejo, su pase desde el ministerio de Justicia a la Fiscalía, su sospechas de manipulación, la designación de uno de sus subordinados para destituirla, y su fallida designación a dedo en la fiscalía de la Memoria Histórica que las altas instancias del ordenamiento jurídico han resuelto no aceptar entre otras cosas por suponer que su relación con Garzón produce conflicto de competencias y genera incompatibilidades. Sea o no sea así, la pareja institucionalizará su larga relación secreta primero, y luego reconocida, con un bodorrio por todo lo alto a celebrar en la finca La Cetrina, propiedad del torero Enrique Ponce. Ahora que el ministro de Cultura ha proscrito unilateralmente la tauromaquia desde su departamento, nada mejor que Garzón para demostrar que el toreo también es cosa de izquierdas y que incluso la caza puede serlo y no solo es cosa de fachas con escopeta. A Garzón le pillaron en una montería en los cerros de Jaén su tierra, cuyas fotos dieron la vuelta al mundo.
Se une pues una pareja con personalidad y gran habilidad para atraer la polémica. Es una historia de amor que termina bien. Mucho mejor, cierto es, que las carreras de cada uno en el proceloso universo de la jurisprudencia. Derecho a ello tienen.
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