EL CRISTO DE NUESTRAS VICTORIAS
De los nombres de Cristo es una obra maestra de Fray Luis de León, a quien Cervantes proclamó ''un ingenio que al mundo pone espanto'' y Lope de Vega ''el honor de la lengua''. Muchos han puesto en esa obra del renacimiento la cumbre de la elegancia y la sabiduría al escribir. Fray Luis, en forma de diálogo, va tejiendo con elementos bíblicos, patrísticos y de la tradición, un edificio de doctrina y de poesía sobre los nombres de Cristo. La vena poética bebiendo en las fuentes escriturísticas le lleva a llamar a Cristo: el Pimpollo de Dios, el Esposo de la Iglesia o Jesús, como le llamó el ángel anunciador, y entre otros muchos más, el Cordero de Dios o el Padre del Siglo Futuro.
Pero son otros muchos nombres, hasta ciento diecisiete cuentan algunos, los que están esparcidos por el Nuevo Testamento y que los estudiosos bíblicos más recientes explican y explicitan en su contexto, como propios de quien es a la vez, el Cristo o Mesías esperado, el Salvador y Redentor; el Hijo de David y Rey de los judíos; el Enmanuel que es al tiempo Hijo del Hombre e Hijo de Dios; el Logos, el Alfa y la Omega; el Camino, la Verdad y la Vida; el Sumo Sacerdote, el Maestro y la Luz del Mundo…
Me entretuvo un ratito bucear en la religiosidad popular para ver con qué apelativos y modos le califican las gentes sencillas, en sus advocaciones más queridas y tradicionales, como hacemos nosotros en Vigo con nuestro Cristo de la Victoria, o los boucenses con el mismo Cristo pero de las Angustias y en O Porriño o Cangas con sus respectivos cristos de la Agonía o del Consuelo, y descubrí que se me presentaban hasta 155 páginas con títulos atribuidos al Cristo de cada lugar o de las múltiples situaciones vitales en que se encontró Jesús de Nazaret o en las que podemos encontrarnos nosotros sus discípulos. De ahí que entre otros muchos nombres se apodase al Cristo como de los Niños, a Jesús del Silencio, del Gran Dolor, el del Amparo, de la Salud, del Buen Viaje, de la Buena Muerte, del Abandono, de la Esperanza o de la Resurrección …
Y yo pensé que efectivamente para cada cristiano el único Cristo de todos tiene muchos nombres y calificativos particulares y personalizables. Porque hemos recorrido junto con él muchos tramos, sino todos, de nuestro vivir. Por eso se me ocurrió que este año voy a pararme en un ratito de oración, en plegaria sincera y sencilla, ante la imagen de nuestro Cristo de la Victoria y voy a añadirle a esa advocación, en silencio interior, las múltiples circunstancias en las que a lo largo de la vida me mostró sus triunfos y mis gozos. Invito por supuesto a hacer lo mismo a quienes os consideréis devotos e incondicionales. Es decir que este año vamos a repensar y a recorrer agradecidos nuestra vida entera, poniendo nombre cristiano a todas las victorias del Cristo en ella. Y ahora mismo le diremos Cristo de la Victoria sobre la pandemia que nos separó, nos encerró y nos descristianizó volviéndonos solitarios y egocéntricos; Cristo de la Victoria sobre el cáncer de los amigos; Cristo de la Victoria por la vuelta de los hijos al buen camino; Cristo de la Victoria sobre el paro de los hermanos; Cristo de la Victoria sobre nuestra fe floja y blanda; y sobre la desesperanza del vivir; y sobre la angustia del mañana; y sobre la tibieza de nuestra caridad; y sobre la falta de compromiso de las familias cristianas; y sobre la ceguera de nuestros gobernantes; y Cristo de la Victoria sobre nuestros buenos propósitos incumplidos tantas veces…
Estoy seguro, y ya lo estoy notando, que ese ratito de oración-meditación junto al Cristo se convertirá en pieza clave del renacimiento de nuestra mayor confianza en Él.
Monseñor Alberto Cuevas, Sacerdote y periodista.
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