Fernando Jáuregui
Por qué esta Constitución ya no nos sirve (del todo)
En vísperas de la celebración del 47 aniversario de la Constitución, se hace más necesario que nunca abordar un gran pacto de Estado para reformarla en los aspectos que más urgentemente lo necesitan, y que no se refieren tan solo al Título VIII, acerca de las autonomías y que es ya un 'clásico' cuando se habla de la necesidad de modernizar y actualizar nuestra Ley Fundamental.
España, en estos momentos, se divide también en esto: por un lado, los que piensan, pensamos, que la Constitución ha de ser reformada en aspectos inclusos sustanciales (no solo artículos, sino Títulos enteros) para fortalecer la forma del Estado, la territorialización, la europeización, la digitalización y a las instituciones. Y, por otra parte, quienes creen que 'abrir el melón' de una reforma, incluso en aspectos mínimos, sería 'peligroso', y aducen que eso podría dar pie a que algunos sectores, más antimonárquicos que verdaderamente republicanos, pidiesen un referéndum sobre la Corona.
Lo cierto es que ya hay no pocos artículos que no se cumplen, comenzando desde la propia Presidencia del Gobierno; que otros se 'interpretan' de manera muy laxa y que algunos se encuentran en una situación de desuso. Al tiempo, encontramos algunos apartados muy polémicos, como los referentes a la sucesión en la Jefatura del Estado, las consultas del Rey para designar nuevo Gobierno tras unas elecciones (proceso siempre algo desordenado y en el que las fuerzas republicanas aprovechan para dar sonores 'plantones' al Rey, que la Constitución debería impedir) o la propia exclusión de la amnistía, que exigen una nueva meditación.
Pregunté un día a uno de los 'padres' de la Constitución si ellos, al elaborarla, no habían pensando en cuestiones que han quedado excesivamente 'abiertas', como las que atañen a la propia defensa del Estado, la regulación financiera de las autonomías o una más severa regulación de los propios incumplimientos de la Carta Magna. Me respondió algo así, no es textual, pero casi, como "pero ¡cómo íbamos a pensar que la política se iba a volver tan surrealista!". Cierto: la política española ha adquirido sesgos impensables para los padres constituyentes allá por 1977, cuando las primeras Cortes democráticas.
Eso, y el imparable avance tecnológico, que obliga a una norma fundamental a tener en cuenta ese mundo nuevo que se abre con la digitalización, ya es motivo suficiente como para ir pensando, sin prisa pero sin pausa, como las estrellas, decía Goethe, en abordar una tarea, la reforma, que exige un paso previo fundamental, sin el cual, por cierto, nuestro país no podrá prosperar ni adecuarse a los tiempos que vienen: un gran pacto de Estado entre las principales fuerzas políticas nacionales, que supere las contradicciones y los 'acuerdos imposibles' con otras fuerzas a las que el actual gobernante está (o estaba) sujeto por su dependencia para sobrevivir en el Congreso.
Me disgustan las afirmaciones demasiado tajantes, pero es obvio que no abordar de una vez la modernización de la Constitución, iniciando un período semi constituyente, puede llegar a convertirse, desde ya mismo, en un delito de lesa patria. Dejar que nuestra legislación fundamental se degrade, se manipule o, simplemente, se incumpla, podría constituir una enorme irresponsabilidad. Pero ¿qué esperar de una clase política que todo el horizonte de futuro lo tiene puesto en el resultado de las elecciones de 2027 (si es que se puede prolongar la Legislatura hasta entonces, que lo dudo), olvidando pavimentar el camino para que lo transiten nuestros hijos y nuestros nietos?
Contenido patrocinado
También te puede interesar