José Teo Andrés
Quizá el último intento
El único recuerdo agradable de la final de Copa en Madrid perdida también ante el Zaragoza, otra de tantas jornadas de llanto, fue constatar no solo que el celtismo llegaba mucho más allá del puente de Rande, lo que ya se sabía, sino que se desbordaba de forma muy especial en la comarca de Arousa, de Vilagarcía a Catoira pasando por A Illa. Celtismo del bueno, en las venas, el que se imaginaron los padres fundadores hace ahora cien años, que quisieron que el club estuviera radicado en Vigo, pero que no fuera local y que representara no a la ciudad, sino a toda Galicia. De ahí los colores de la bandera gallega, la cruz de Santiago y que su nombre sea Club Celta, como bien señala el escudo.
En A Illa, el más joven de todos los ayuntamientos gallegos nacido de una escisión municipal, el celtismo es superior al que se destila en Vigo. Si uno nace en Vigo, como me tocó, pasas a ser automáticamente del Celta desde la cuna, sin mayor mérito. Los que no son vigueses tienen margen de elección y en Galicia pueden decantarse por el rival secular, ahora en momentos bajos, o hacerse de un equipo ganador, como el Real Madrid, el Barça o el Bayern. Pero los hay que prefieren anotarse al sufrimiento sin apenas compensaciones. Esta semana, la peña isleña Carcamáns celebró a lo grande su 25 aniversario con la presencia de dos jugadores titulares, Iago Aspas y Fran Beltrán, más el exportero Sergio, natural de la vecina Catoira. Fue un acto de celtismo de corazón, con 1.100 peñistas para un municipio que no llega a 5.000 vecinos. Uno de cada tres o cuatro isleños está afiliado a la peña y comparte sentimiento celtista, una barbaridad que lo dice todo. Sería como si hubiera 75.000 vigueses anotados, lo que no ha pasado ni creo que pasará en el futuro. Celtismo puro. Emocionante.
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