Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
En modo alguno entiendo el inglés necesario para leer a Dylan en su idioma y catar los matices de su curiosa y particular literatura. Mi caso es similar al de cientos de españoles que se defienden en inglés como buenamente pueden y que a estas horas se zambullen en un intenso debate sobre si el músico de Minnesota merece el galardón o no lo merece sin saber de verdad qué escribe. De buena mañana y en una emisora de radio han elegido su eterna tonada "Like a rolling stone" como fondo de la información sobre el caso Gürtel mientras el comentarista nos participaba a todos que la letra del tema inmortal era muy adecuado para ilustrar los excesos de los corruptos ignorando probablemente que lo que narra en realidad es la desventura de una prostituta de lujo venida a menos y convertida en un desvencijado saco de golpes y humillaciones –me costó horas y la ayuda de un diccionario traducirla y aún existe un fraseo que no he sido capaz de interpretar apelando incluso a sujetos mucho más versados que yo- de modo que la letra es fuerte y dramática pero no tiene nada que ver en absoluto con Correa, Bárcenas y el escándalo de la financiación del PP. Así está la cosa…
Hace cuatro años escribí en este amado periódico un trabajo sobre el caballero Robert Zimmerman en el que pronostiqué que algún día le darían el Nobel de Literatura y no me he equivocado aunque tampoco yo mismo estoy seguro de que sea una elección correcta desde el punto de vista clásico al menos. Dylan es un genio huraño y mutable, hijo de la emigración y judío de etnia que se convirtió al catolicismo durante una temporada y cantó ante Juan Pablo II aunque ignoro si a estas horas y en este preciso instante sigue como católico ferviente que fue en su momento o milita en el hinduismo tal es su duda perenne. Le he visto actuar dos veces y en ambas he salido completamente desorientado observando una miniatura en mitad del escenario rodeada de una banda de músicos espléndidos vestidos de negro, tocado con un sombrero que parecía una seta, aporreando sin convicción un pequeño piano casi de juguete, y cantando sus temas disfrazados de tal modo que para un dylaniano no devoto como yo resultaban casi indescifrables. Pero en verdad me alegro. Por premiar a un icono de la cultura pop del siglo XX y porque abrió los ojos de Lennon, hizo posibles a los Byrds y fue un leal camarada de George Harrison. Esos sí son los míos.
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