José Teo Andrés
Lo que era aquel barrio de la Ferrería
Resulta difícil cometer tal serie de desaciertos como los protagonizados en las últimas semanas por Juan Carlos de Borbón. Se ha lanzado, como si de un autor cualquiera (yo mismo) se tratase, a vender 'su' libro, empleando incluso vídeos y entrevistas que perjudican a la Monarquía que encarna su hijo, Felipe VI, sin pararse a considerar los daños que su ambición, más económica, me temo, que otra cosa, puede causar, está causando.
Juan Carlos I, sin duda un hombre providencial en los primeros momentos de la Transición a la democracia, se está dejando jirones de prestigio no solo con sus pasadas actividades al margen de la ley y contrarias a la conducta que se espera de un jefe de Estado, sino con sus actuales acciones irresponsables.
Estoy viendo una serie titulada 'The Great', dedicada a Catalina de Rusia, Catalina la Grande, y hay cosas en el comportamiento de su primer marido, el Rey Pedro, hijo de Pedro el Grande, que me recuerdan a las actitudes frívolas y egoístas del padre de nuestro actual Rey. Decir que ha escrito -le han escrito, en puridad: él sería incapaz de tal hazaña- su ya famoso libro 'Reconciliación' en un afán de explicar a los jóvenes la gran obra que fue la Transición, me parece un acto de falsedad: su posición y sus actividades, ya desde antes de los años noventa, nada tenían ya de ejemplares.
Y mira que el jefe de la Casa por entonces, el muy recordado general Sabino Fernández Campo, nos hizo entender a algunos periodistas que el Monarca se estaba extralimitando en varios campos; el general, hombre cabal, lo hacía sin duda en un esfuerzo para que, publicando nosotros algo de lo que él, cautamente, nos contaba, el Rey se refrenase. Ni nosotros llegamos a publicar lo que sabíamos ni Don Juan Carlos echó el freno, creyéndose -sabiéndose- inmune e impune.
Confieso que le tuve, y le tengo, respeto y cariño, en lo que aún pueda respetársele y quererle. Como monárquico -eso sí, crítico- que siempre, incluso cuando militaba en la clandestinidad durante el franquismo, me he declarado, no puedo sino lamentar muy profundamente lo que Don Juan Carlos hizo, pero más aún lo que ahora está haciendo, cuando Felipe VI y su familia gozan de una dosis de popularidad muy considerables. Flaco favor está haciendo a su hijo y, sobre todo, a su nieta, la Princesa de Asturias y heredera de una Corona que el ex jefe del Estado está haciendo muy poco por afianzar en estos tiempos en los que el futuro es una pura incertidumbre.
Nunca, ni en los tiempos en los que se descubrió todo el pastel, pensé que algún día tendría que escribir un artículo como este. Hoy, en vísperas de la aparición de un libro que sin duda cosechará ventas millonarias y que yo deberé leer, pero lo haré muy irritado, no me queda otro remedio que expresar mi enfado, que es el de muchos españoles, ante una conducta impropia, irreflexiva, mercantil y otras muchas cosas que me callo. El llamado 'emérito', cada vez menos meritorio, está destrozando su imagen para la Historia. Allá él. Lo que no le puedo perdonar es que esté contribuyendo a que una institución, que es la que sustenta la forma del Estado, se tambalee. Sus asesores, que sin duda deben ser fervientes republicanos, estarán encantados, digo yo. Porque otra cosa me resulta incomprensible.
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