Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Muchos de los que siguen el desarrollo del Mundial de Brasil consideran la victoria de Argentina ante Suiza como el primer milagro del Papa Francisco, aficionado al fútbol y seguidor de la selección como millones de sus compatriotas. Francisco es un pontífice próximo al pueblo y muy relacionado con sus aficiones y anhelos y con un pasado muy normal y común. Pronto supimos que había ejercido como portero de discoteca y era hincha de San Lorenzo con su carné de socio y su recibo al corriente. El club de Boedo le regaló tras su proclamación, una camiseta azulgrana con su nombre y desde entonces las penurias que han perseguido al equipo desde que se inició el nuevo siglo han remitido y San Lorenzo renació hasta adjudicarse el Torneo de Apertura de la temporada 2013 con derecho a Copa Libertadores.
No es por tanto insensato sospechar que el Papa Francisco tiene algo que ver en el renacer de su equipo y en la clasificación de su combinado nacional. Tiene más entrada en ámbitos divinos que la mayor parte de los mortales y el largo debate sobre las preferencias futbolísticas de Dios que incluye a sesudos teólogos toma color y sabor con esta circunstancia. El Papa es argentino y en el campo se las ingenia un joven deificado llamado Messi que aparece y desaparece como en un juego de manos pero que está cuando más se le necesita para marcar un gol, regalar otro y salvar a su selección de la ruina.
De hecho, ha sido Messi quien ha ido trampeando y sacando adelante las eliminatorias en un combinado albicesleste que nadie sabe muy bien a qué juega –probablemente Sabella es el primero en ignorarlo- y que hace su camino sin brillo ni estética, dando tumbos agarrado a los escasos momentos en los que Messi saca el periscopio y a la velocidad suicida de Ángel Di María, como ocurrió contra Suiza a dos minutos del final de la prórroga y cuando los helvéticos estaban acariciando la tanda de los once metros que estimaban favorable. Argentina lleva tiempo tratando de encontrar un portero de plena confianza sin conseguirlo y se fía lo estrictamente indispensable de Romero, mientras Suiza confiaba plenamente en Benaglio, uno de los muchos estupendos guardametas que han acudido a esta cita.
Que el partido contra Suiza pueda ser considerado como el primer prodigio del Santo Padre en su camino hacia la beatificación es cosa de los doctores de la Iglesia pero el partido que Argentina deberá jugar contra Bélgica es responsabilidad del seleccionador argentino al que le están sacando las castañas del fuego genialidades aisladas que nada tienen que ver con la armonía de un equipo en el que se junta dinamita arriba –Higuaín, Lavezzi, Agüero, y los citados Messi y Di María pero cuya presencia no siempre garantiza el gol- aunque escasea en creación y tiembla atrás. Para defender el castillo está el jefecito Mascherano en tareas de líbero por delante de dos centrales como Garay y Fede Fernández, duros aunque discretos a los que se puede desbordar en velocidad como demostraron los suizos. Si quiere seguir, hora es de que Argentina juegue con lo humano y deje de fiarse de la mano de Dios que tanto ayudó eso sí, en su día a Maradona. Pero milagros no los hay todos los días.
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