Fernando Jáuregui
El mensaje, quizá más preocupado que nunca, del Rey
Siento el peso de las ausencias, pero también la luz de la memoria que no se apaga. Este año, mi árbol de Navidad no tiene una ubicación física; lo he plantado en el jardín invisible del recuerdo, allí donde habitan los que ya pertenecen a otro mundo. Desde ese rincón del alma, elevo un mensaje emocional dirigido muy en especial a los ancianos y enfermos, a las víctimas de las guerras, a cuantos sufren, a los que hoy enfrentan la fragilidad.
Metafóricamente, instalo este árbol virtual en cualquier lugar donde exista soledad o sufrimiento, sabiendo que, por desgracia, no todos cuentan con el privilegio de una atención humana y sensible en estos días de frío climático y humano.
Mi árbol es la alegoría de una plegaria elevada a todos los dioses, a los de todas las creencias, aunque lo instale junto al Belén, representación de mi fe católica y mi tradición.
En esta ocasión tampoco he puesto luces. Es un gesto de denuncia contra cuantos utilizan la energía como arma de guerra y especulación. Es mi forma de estar cerca de los más humildes y de quienes sufren el conflicto de Ucrania o de quienes no tienen posibles, personas que carecerán de gas o electricidad cuando más arrecia la estación de nieve.
Es también mi árbol un ruego ferviente por el gobierno de los mejores, y no de dictadores, ególatras o locos; un clamor por el fin de las mafias, la corrupción, la esclavitud, el hambre y el narcotráfico y las ciberestafas que envilecen nuestra existencia.
Como Sócrates, estoy persuadido de que nada noble se concede a los seres humanos sin esfuerzo ni solicitud. Tenemos que implicarnos y actuar.
En mi soledad, no siempre escogida, me he encontrado con quienes están solos. He mirado hacia atrás y veo un camino donde he recibido mucho amor de amistades de corazón, pero donde otros seres se han quedado en el camino, perdidos en las nieblas del desentendimiento, el egoísmo, la ambición material, el engaño, atados por un reconr inexplicable. Más, reitero, en ese arduo trayecto, he hallado afectos fortuitos y gestos deliciosos de quienes menos aguardaba. Me he equivocado y he rectificado; he perdonado y he tenido la fortuna de ser perdonado. He puesto todo lo que soy en el "hórreo común" para que lo recojan los necesitados.no de cosas sí de afectos, y he sido recompensado con creces por la buena gente que se ha detenido para entenderme en mis rarezas, que las tengo y muchas. Estos me han demostrado que saben que el otro ha existido, existe, es y eso es mucho para quien desea aprender a vivir mejor y con bondad.
Para el 2026 -y aun mejor, para cada día-, propongo estos propósitos nacidos de la verdad y la sensibilidad:
Mirar y charlar con las personas próximas sin intermediación de máquina alguna. Abrazarnos y optar por lo racional, el sentido común y la solidaridad.
Olvidar hipocresías y rencores. Fundar con cada gesto nuevas predisposiciones de comprensión y afecto.
Recordar que lo que no se da, se pierde.
Ser como esos pocos seres que, según la sabiduría de los pensadores clásicos, procuran la sabiduría y la generosidad por encima de la fama o la riqueza.
Llamar a los amigos, pero apagar los móviles en las mesas compartidas
Visitar a los enfermos.
Ir a museos, consumir en el comercio local y celebrar los encuentros en el bar o el restaurante del barrio.
Ser solidariamente humanos.
Mi árbol germinará exponencialmente si su semilla alcanza los corazones de quienes gozamos de la vida sin impedimentos. Esta es mi carta de afecto a quienes me acompañan con el alma, mi humilde semilla de humanidad. Hay mucho que disfrutar y más que compartir, debemos recordar en nuestra búsqueda de sentido vital que hay que encontrar el lugar en el que el alma es feliz. Allí es, en el otro. Está justo enfrente.
Salud, paz y bien. Felices fiestas.
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