Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Precisamente me pillas camino de terapia. Llevo más de un año con depresión”. Lo expresó de carrerilla como si tuviese prisa por soltarlo. Se trataba del encuentro casual de una vieja amistad que no hay ganas de retomar por ninguna de las partes, pero esperaba respuesta después del saludo con la muleta del tiempo pasado. Recibió ánimos de manual, parecidos a los que salen cuando por cortesía se pregunta por la familia y el gesto de alegría cae abatido por el inesperado anuncio de un fallecimiento. Fue sólo un instante después de mucho tiempo sin noticias, pero de vez en cuando reaparece el interés por su evolución y la duda sobre la manera de actuar cuando alguien se abre en canal. Cuando no se sabe si debe o si el otro quiere, no hay molestia posible. Estamos más preparados para reaccionar ante otros tragos terribles como la noticia del cáncer de un amigo. Menos miedo a hablar del miedo ajeno a la muerte.
A la salud mental nunca se le reservó la entrada principal de la sanidad. Hasta que referentes del deporte, del espectáculo y de la cultura confesaron la necesidad de acudir al psicólogo para hacer lo que el personal admira no se normalizó la terapia. La salud mental entró en el debate político y activó la actuación pública. La Xunta ha creado 241 plazas en los últimos cuatro años dentro del Plan de Saúde Mental, insuficientes tirando de la comparativa de ratios y el tiempo de espera, según BNG y PSdeG. Cada año Galicia encabeza la estadísticas de suicidios y problemas de salud mental, también la de longevidad. Hay que ocuparse de los que no han sido diagnosticados pero hablamos poco sobre cómo ayudar al que está a tratamiento. “Llevo más de un año de baja por depresión”, comentó con naturalidad un colega de la adolescencia al llegar a la comida para el recuento de canas de cada Navidad. Permanecía casi en el centro de una veintena de amigos que esperaban por mesa en la barra como una columna. Imposible no coscarse de que la peña pasa o te elude porque no sabe qué decir. A los postres ya había aliviado los problemas con el jefe y estaba hasta el gorro del “llámame”. Alguien sugirió hacer un calendario. “Llámame cuando quieras”, escuchó otra vez ayer por la calle. Nadie lo ha llamado.
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