Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Toda guerra civil es monstruosa pero la de Siria lo es tanto que faltan palabras para describir el horror de Alepo, ciudad a punto de recuperar Bashar Háfez al-Ásad tras cinco años sometida a milicias religiosas más asesinas que el propio dictador.
Las noticias estadounidenses sobre la guerra en Alepo, que tenía 2,1 millones de habitantes en 2011, acusan a las fuerzas gubernamentales de cometer matanzas y destruir la ciudad.
Pero los rebeldes, entre ellos los yihadistas de la rama local de Al-Qaeda, que se levantaron apoyados por Barack Obama y Hillary Clinton contra Al-Ásad, cometieron masacres atroces, como informan las noticias de procedencia rusa y alguna francesa y alemana.
En realidad, el levantamiento contra Al-Ásad se produjo porque ya su padre perseguía desde los 1970 a los fanáticos islamistas que pretendían crear una dictadura religiosa sunita.
Durante la pseudodemocrática Primavera Árabe 2010-2013, y con apoyo estadounidense, los fanáticos mayoritarios se rebelaron para imponer algo parecido a lo que resultó luego el Califato terrorista del DAESH; y recuérdense su extensión por Egipto y Libia.
En Alepo había 250.000 cristianos que sufrieron ejecuciones masivas de los yihadistas; hicieron algo parecido con los musulmanes que parecían menos fanáticos, por lo que la mayoría, aparentemente, se fanatizó enseguida.
Las masacres de ambos contendientes continúan, y ahora esas milicias yihadistas a las que EE.UU. llamaba "freedom fighters", luchadores de la libertad, tratan de salvarse del acoso gubernamental y ruso, tardíamente apoyados por Turquía, que está a 45 kilómetros de la ciudad, y que anteriormente era aliada de esos islamistas.
Las partes enfrentadas en esta guerra son monstruosas, de brutalidad infinita, y sólo merecen conmiseración los supervivientes entre los dos fuegos, principalmente los cristianos que, como los judíos antes, son las víctimas más fácilmente exterminables.
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