Al filo de la polémica

Publicado: 26 sep 2019 - 21:41

Decía el gran Groucho Marx –llamado en realidad Julius Henry, dos nombres tan formales que apenas tienen encanto y por eso se los cambió y se pintó con betún el bigote- aquello tantas veces repetidos de: “desde las más profundas simas de la pobreza hemos alcanzado las más altas cotas de la miseria”. Marx era un pensador eximio, y sus pensamientos y sentencias han sido traducidos a todos los idiomas de la creación incluyendo el castúo, y ocupan hoy lugares excelentes en no pocas bibliotecas del ancho titirimundi.

Las sentencias de Grouxo Marx son todos profundas, irónicas, graciosas, satíricas, críticas, punzantes y mordaces como corresponden a la genética de un genio del humor. Y definen el entendimiento más florido en el análisis del pensamiento del absurdo, al que también pertenecen por méritos propios, Samuel Becket, Miura, Chiquito de la Calzada, y el eminente Francisco Ibáñez por boca de sus creaciones Mortadelo y Filemón, entre otros muchos ilustres cultivadores del género. (No se olviden de Tip por Dios).

Claro que una cosa es el humor de lo absurdo que cultivaban los héroes que escribían en “La Codorniz” destripándose todas las semanas el cerebro para ser ingeniosos y regatear la censura al mismo tiempo, y otra muy distinta el absurdo a pelo. O sea, la catadura intelectual y bioquímica de ciertos individuos que permanecen hoy en día subidos en el candelero y que dan rienda suelta libremente a sus pensamientos y actos en estado estúpidamente puro. Por ejemplo, la opinión pública permanece expectante ante el cruce de acusaciones formuladas en sus correspondientes cuentas de las redes sociales, por Salva Sevilla y Álvaro Morata en su intento de explicar qué se llamaron el uno al otro en el terreno de juego y qué le costó la cartulina roja al segundo de ellos. La intensa polémica no ha acabado por resolverse, y el público vibra ante el cruce de denuncias escrito por uno rebatiendo las declaraciones del otro. Solo falta en este agrio combate dialéctico la intervención fulminante de John Simon Berkow gritando “¡order!” para poner digno fin a la bronca. Lo bueno que tienen las redes sociales es que no hace falta hilar fino en los temas propuestos y tampoco es necesario escribir muy santamente.

Los periodistas tenemos el partido perdido desde el minuto uno.

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