Adiós a la ilusión de la Copa para el Celta
La Real Sociedad volvió a ser superior al Celta y se llevó la eliminatoria (1-2). Los visitantes marcaron en el minuto 1 y dominaron con facilidad. El gol local, justo al final. Ahora toca la Liga con el Girona
El Celta fue ayer como el césped de Balaídos: un ser vivo maltrecho. Y, como hace tres días, volvió a perder con más claridad de la que indica el marcador ante una Real Sociedad pulcra y efectiva. La ilusión de la Copa se evaporó. El gol celeste en el descuento sólo fue una señal sarcástica de lo que pudo haber sido.
Si hubo algo que aprender del partido liguero del pasado sábado, el Celta de la primera parte de ayer no lo hizo. La Real Sociedad repitió un gol rápido, en este caso apenas en el segundo minuto, y volvió a demostrar un control de partido tal que no le hizo ni falta ampliar la renta de goles. Siempre supo cómo jugar, mezclando esa capacidad para el choque en el uno contra uno sin balón y con la calidad precisa con el esférico. No están los realistas para malabares pero sí tienen un poso competitivo de primer nivel. Ese que les da la tranquilidad precisa para manejar un resultado corto a favor con sangre fría.
Esa contundencia futbolística le faltó al Celta nada más empezar. El primer balón aéreo sobre su área se lo comió la defensa hasta en dos ocasiones consecutivas. A la segunda, se unieron Merino y Oyarzabal para castigar el regalo, impropio de cualquier partido, pecado mortal cuando has planteado un partido épico, copero, ambiental. Cuando se supone que el ánimo te debe llevar hacia delante, el equipo vigués se golpeó a sí mismo -y a la grada- encajando un tanto evitable en multitud de sentidos.
El partido se convirtió desde el comienzo en un sufrimiento y no en un disfrute. La ilusión precisa de ciertos cimientos para crecer hasta optar a ser realidad. Pero ni un ápice de claridad se encontró en el juego celeste antes del descanso. El encuentro se convirtió en una colección de posesiones tan efímeras que ni como tales se pueden contabilizar. El Celta se definía en el fútbol de saltimbanquis de Tapia y Jailson, por primera vez juntos en el once como premonición, en el centro del campo a la búsqueda de que un rechace se convirtirse en pase. La estadística diría después que, en la primera parte, el conjunto celeste sólo acertó en uno de cada dos pases.
Mientras, la Real se contentaba con asustar a balón parado, dando muestra de un repertorio más que interesante. Merino da continuidad a cada balón colgado sobre el área rival y convierte cada acción en peligro. Nada demasiado concreto, pero sí colaboraba a la sensación general de que los donostiarras lo tenían todo controlado. Sin necesidad y, tal vez, sin posibilidad ahora mismo para pasar por encima a nivel de marcador, pero siendo mejor en cada pequeña acción, en cada disputa, en cada toque. Como un jefe amable, que no basa su capacidad de mando en las voces sino en lo cotidiano.
En ese escenario, sólo la Real pudo marcar antes del parón. El conjunto vigués carecía de cualquier mínimo automatismo que le permitiese inquietar a Remiro. Nada más que buenas intenciones en la entrega. Demasiado poco. Nada de aquella vivacidad en campo contrario mostrada en Valencia que trajo al equipo hasta los cuartos de final.
El paso por los vestuarios hizo que Rafa Benítez plantease jugar más adelantados, pisar campo rival porque el marcador seguía dando esperanzas de que la realidad no fuese tan escasamente triste. A esa intención se sumó la presencia de Luca de la Torre sobre el césped, queriendo recuperar aquel espíritu de Mestalla. Amagó con hacerlo durante unos minutos, pero sin capacidad para hacer daño. Extremo que buscó desde el banquillo Rafa Benítez a la hora de juego metiendo en el campo a sus dos futbolistas con mejor pie, Iago Aspas y Óscar Mingueza. Estaba empezando el moañés a carburar cuando la Real aprovechó la ocasión: robo en el centro del campo y combinación celérica con calidad entre Oyarzabal y el ex céltico Brais Méndez, que mandó el balón a la carrera -rápida, mucho- del recién llegado Becker, que resolvió desde el fuera del área para aumentar la ventaja realista.
Pese al gol y al problema físico de Tapia, Aspas sí que dio otro aire al ataque y, casi en el minuto 70, llegó el primer disparo entre palos del Celta en todo el partido, a cargo de Swedberg. Había que echar más leña al fuego para, al menos, rebelarse contra la realidad. Apareció Larsen para insuflar ánimo y más capacidad ofensiva, obligando a la Real a meter un tercer central. Al menos, se veía intención de no rendirse y la grada aún tuvo arrestos para empujar. Y llegó el gol de Luca, pero demasiado tarde. Tal vez, este Celta no esté hecho para oropeles y no se mereciese una semifinal de Copa. Tal vez, de ilusión también se muere.
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