Unos 60 estudiantes ciegos o con discapacidad visual del área de Vigo reciben apoyo de profesionales de la ONCE para cursar sus estudios en igualdad de condiciones que el resto de sus compañeros. En toda Galicia la organización atiende a un total de 313 alumnos y alumnas para garantizar su inclusión educativa y social.
Una de ellas es Lucía Álvarez Martínez, una viguesa ciega de nacimiento con “una voluntad de hierro”, como decía uno de sus profesores de la Universidad de Vigo. Ella es un ejemplo de que si se quiere, se puede. Estudió en el colegio Alborada y de ahí pasó al IES Carlos Casares para hacer el Bachillerato de Humanidades.
Después fue alumna del grado de Ciencia del Lenguaje y Estudios Literarios de la Universidad de Vigo, donde obtuvo varios premios de excelencia académica por parte de la Xunta y un premio de oratoria de la facultad, y este año se matriculó en el máster de Formación del Profesorado porque su sueño es ese, convertirse el día de mañana en profesora de lengua y literatura española o gallega.
Desde los tres años contó con un coordinador de caso de la ONCE que acudía a su centro educativo, hacía las funciones de profesor de apoyo, era el contacto para solicitar materiales adaptados y le informaba de actividades y convocatorias de ayudas. A medida que se hacen mayores, estos alumnos van ganando autonomía. En el caso de Lucía, explica que en la Universidad se ocupaba ella de pedir los materiales que necesitaba y contaba con un profesional de referencia, al que podía llamar o escribir, pero ya no iba al campus. “Estoy muy agradecida por este apoyo, que aún sigue a estas alturas. Creo que es importante tanto para el centro como para la familia y la persona afiliada tener a la ONCE como referente por su experiencia y por el trabajo de adaptar los materiales. Es caro, pero los libros de carácter educativo nos los dan gratis y eso es una maravilla”.
Explica que muchos de sus exámenes eran orales, aunque también los hizo en braille y últimamente en el ordenador, porque al contar con un lector de pantalla ella puede escuchar la pregunta y el profesor a su vez puede leer su respuesta. Cuenta que en la facultad conoció a una profesora que tenía nociones de braille. “Me hizo mucha ilusión que supiera lo mismo que yo”, señala.
No hay que tener miedo
A la pregunta de si se había sentido respaldada por los centros educativos por los que pasó, asegura que sí. Nunca se sintió discriminada ni por los compañeros ni por los profesores, al contrario, vio que estaban muy volcados en ayudar. Sin embargo, reconoce que es posible que no todo el mundo tenga su misma suerte. Sí vivió situaciones complicadas por ejemplo en los recreos. “En los recreos unos niños van a jugar al fútbol, otros a saltar a la comba y no es que no quieran integrar a la persona que no ve, es que no se dan cuenta de que la persona que no ve no sabe donde están. Hay mucho ruido y se puede desorientar o algo tan simple como que yo no puedo jugar al fútbol de la misma manera que una persona que ve. Pero cada vez más los centros están haciendo actividades inclusivas en las que todo el mundo participar, no es solo llevar a los niños al patio. Es difícil explicar a niños de Primaria eso de que hay que jugar a algo accesible y que todos somos iguales, se les puede explicar, pero en la práctica todos queremos jugar y pasarlo bien”.
Preguntada por qué consejo daría a una familia que tiene a un hijo con discapacidad visual a punto de iniciar su etapa escolar, Lucía responde que “no tengan miedo” y que no se preocupen por lo que pueda pasar por el hecho de que su hijo no vea, sino que lo consideren una experiencia. Recuerda que la sociedad está cada vez más avanzada y, aunque haya gente “que necesita más formación”, lo cierto es que cada vez hay mayor concienciación y con el apoyo de la familia, del centro y de la ONCE va a ir todo muy bien. Va a ser más el miedo del principio qu los problemas que haya, y si hay problemas los puede tener también otro niño por el hecho de ser tímido".