Me quedo con Amrabat

Amrabat conduce un balón en el partido entre Croacia y Marruecos.
photo_camera Amrabat conduce un balón en el partido entre Croacia y Marruecos.

Sí, sí, sí. Es el Mundial de Messi, quedará para la historia como ese y, probablemente, en el que él estuvo a un nivel más bajo (dentro de su excelencia), pero mejor acompañado a nivel colectivo que nunca en los cinco anteriores. Para la gran mayoría ganó la estrella. Siendo francos, se impuso el colectivo de Scaloni por disposición táctica, por sacrificio colectivo y, también es preciso decirlo, por calidad futbolística en la centro del campo con Enzo Fernández, Mac Allister o Paredes. Otra cuestión es hablar de formas y educación. Ahí también destacó el campeón, pero no para bien.

También resultó el Mundial de Mbappé, Bota de Oro en una final de platino. Tres goles en el partido por el título para irse a dormir sin levantar la Copa del Mundo. Otro dato que quedará en los libros de historia del fútbol para la eternidad. Son los grandes titulares, los ‘mainstream’, los que ocupan líneas y de los que hablaba el camarero Héctor ayer por la mañana cuando paré a tomar el descafeinado con leche. 

En todo caso, entre todo ello, para algunos será el Mundial de Marruecos. En Vigo, por las personalidades de Edu Domínguez y Juan Solla que, por casualidades de la vida, terminaron en el cuerpo técnico de la mejor selección africana de la historia. Sorpendió ver a los magrebís quedar campeones de grupo, eliminar a España, después a Portugal y, en los dos últimos partidos, cuando el mundo de fútbol ya los consideraba una especie de ‘tuercebotas’ de excelencia defensiva, perder con honor ante Francia y Croacia en dos partidos en los que generaron más ocasiones que sus rivales. Sí, no tenían estrellas, pero también mostraron que sabían atacar desde la pizarra de Walid Regragui, que igual comenzó el torneo como el entrenador más desconocido y salió como el mejor de Qatar. 

Bueno, realmente, lo de carecer de estrellas pruede no ser del todo cierto. Por allí está Achraf Hakimi, Ziyech o el desconocido  Azzedine Ounahi. Aunque, entre todos ellos, uno se queda con la exhibición realizada partido tras partido por Sofyan Amrabat. Uno de esos pivotes defensivos que, si los ves cinco minutos sobre el campo con su calva y barba de tres días, ya sabes que conocen de sobra el oficio, saben tocar la tibia al rival, se colocan de manera excepcional, aparecen como por arte de magia en todas las partes del campo y, eso sí que es sorpresa, mueve el balón con más criterio que todos esos jugadores técnicos y bien peinados que pueblan los campos de fútbol en la actualidad. Cada partido de Amrabat resultó un clínic de fútbol y, para más inri, los ofreció con todo tipo de problemas musculares desde octavos de final. Su fisioterapeuta también es una estrella del Mundial.  

El gran ganador, Messi, el medio perdedor, Mbappé y el que ganó seguro: Marruecos. A partir de ahí, vayan añadiendo perdedores a lista porque en una cita así, ganan pocos y, la gran mayoría, pierden más que ganan. Pero esto es parte del deporte y del negocio. El triunfador se encumbra, el resto quedan por el camino como antihéroes o derrotados. No es cruel, es necesario. Hablamos de Cristiano Ronaldo, de Alemania, de España, de Luis Enrique. Que, permítanme un halago futbolístico, en tiempos de diseños encorsetados, realizó la apuesta táctica más personal y ambiciosa de todas. Le costó el puesto. 

Por último, ¿recuerdan todo el debate sobre los derechos humanos de Qatar? Palabras que quedaron en la quinta línea cuando rodó el balón, como siempre en los grandes eventos. Ocurrió en Qatar como antes en Argentina o en Sochi (Juegos Olímpicos). Volverá a darse en el futuro y, mañana, en Qatar los derechos humanos seguirán vulnerados. Pocos se acordarán. Es el fútbol. Mejor dicho: el dinero.

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