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Putin, el rostro cruel de la historia

Vladímir Putin, el zar impenetrable.
photo_camera Vladímir Putin, el zar impenetrable.

El tiempo no termina, ni tiene etapas. El tiempo es un continuo donde el presente es la acumulación de pasados. Los años terminan, pero el cargamento de hechos, no. El año que acaba de terminar quedará marcado por una fecha siniestra, la del 24 de febrero del 2022. Ese día, Vladimir Putin ordenó la invasión de Ucrania y una vez más estallaba una guerra en el corazón de Europa, cuando pensábamos que algo tan brutal pudiera pasar. No cabe duda de que se trata de una guerra despiadada, una guerra estúpida, fruto de la locura de una mente perversa que llenó el cielo de aviones, de bombas y de drones asesinos, y la tierra de carros de combate, de cañones de artillería y miles de fusiles apuntando a la población civil. Apenas hay tiempo para enterrar a los muertos. Se les llora y se les entierra. Las cifras son escalofriantes, decenas de miles. Nunca conoceremos los nombres de los asesinos, ni de los héroes. Unos y otros se mezclan en un aluvión de pesadilla. Solo conocemos el nombre del responsable de esta carnicería interminable, se llama Vladimir Putin. Nombre para el desprecio, para el vómito. Para justificarse adoptó el inquietante eslogan oficial de los paracaidistas rusos, que dice: “Las fronteras de Rusia no terminan nunca.”

El año pasado se convirtió en el hombre más odiado de la tierra y sobre él han escrito miles de ensayos y artículos científicos de las más diversas disciplinas. Los estudiosos de la geopolítica, los estrategas militares, los psiquiatras, incluso los novelistas y los médicos de distintas disciplinas tratan de conocer lo que pasa por la cabeza de Putin, a pesar de los esfuerzos, nadie ha conseguido revelarnos lo que pasa por la mente de este zar impenetrable.

Sabemos que las pulsaciones que mueven el ánimo imperialista de Putin, no vienen de ayer. Son antiguas. Su lógica imperialista y el mesianismo visionario en que se apoya hay que buscarlo en las profundidades del alma rusa. Y Putin solo es el presente de ese pasado, un pasado lleno de brillantes contradicciones. La Federación rusa suma 17 millones de kilómetros cuadrados. Y sobre ese territorio tan inmenso han pasado Iván el Terrible, la imaginación atormentada y lúcida de Dostoieski, se levantaron las maravillas arquitectónicas de San Petersburgo, la revolución de octubre, la atroz dictadura de José Stalin, la estrepitosa caída de la URSS. La historia de Rusia es una epopeya grandiosa de ruido y furor, de luchas y plegarias, de miserias infames y esplendores brillantes. Vladimir Putin es el monstruoso heredero de una historia llena de barbaries y refinamientos. El pasado de Rusia explica los actuales sueños imperiales de Putin.

No cabe duda de que uno de los principales motores de la historia de la humanidad es el espíritu de conquista como ADN de la condición humana. Este ánimo de conquista lo hemos visto desde la antigua Grecia y después mucho más acentuado en Roma y desde hace bastantes años en los Estados Unidos de América. Claro que también podíamos hablar de China, de la cruzadas que partieron de Europa al grito Dios lo quiere proferido por los papas romanos, de la España imperial o de la Francia napoleónica. Todo depende de como se quiera contar la historia y en que hechos se quiera poner el énfasis.

Vladimir Putin dejó muy claro cual quiere que sea su papel en la historia al afirmar: “El fin de la URSS ha sido la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX.” Desde que subió al poder ha querido dejar claro que tanto su país como su pueblo son de una esencia diferente, de alguna manera superior. Una creencia verdaderamente peligrosa. Reclamar una superioridad del alma rusa puede ser y lo es un principio de fascismo. No hay almas hegemónicas. Ya lo dijo Chejov: “Podéis buscarla, pero no encontraréis nada. La famosa alma rusa no existe. Las únicas cosas tangibles que tenemos son: el alcohol, la nostalgia y la afición a las carreras de caballos. Nada más. Os lo aseguro”.

A lo largo de los 11 meses de la cruel guerra que tiene lugar actualmente en Ucrania, Putin dio distintas y contradictorias razones para justificarla. Para lanzar a sus ejércitos sobre Ucrania dijo que se trataba de una operación especial para liberar de nazis el país, se negó a llamarla guerra, esperaba que se redujera a un paseo militar relámpago, un “blitzkrieg”, los servicios de inteligencia rusos le habían dicho que los ucranianos les recibirían con flores y aplausos. Sucedió todo lo contrario, los soldados y el pueblo ucranio les rechazaron con un heroico e inesperado coraje. Primero resistieron y después se lanzaron a la reconquista de los territorios perdidos, logrando llamativos éxitos. Al principio Putin pudo comprobar dos amargas realidades, la primera que sus servicios de espionaje no supieron leer la realidad, que eran herramientas viejas, de los tiempos de la guerra fría, pero la mayor decepción de Putin fue comprobar que su ejército, considerado la segunda maquinaria militar del mundo, después de Estados Unidos, no era tal. Le faltaba eficacia. En las últimas semanas, abandonó la tesis de la desnazificación por la de la lucha contra la OTAN y contra Occidente. Es cierto que la OTAN y en concreto Estados Unidos facilitan armas a Ucrania, pero los soldados que las manejan son ucranianos. Desde que comenzó la invasión, los estados que forman la Alianza consolidaron su cohesión y solidez. Países como Suecia o Finlandia que apostaban por la neutralidad distante y activa, ahora vemos como piden a gritos su integración en la Alianza.

La tentación de Rusia siempre fue la expansión imperial de su territorio, unas veces en nombre de Dios, otras de los soviets o de la gran nación eslava. Putin recurre al mesianismo ruso, en la línea de Iván el Terrible, pasando por Pedro el Grande, Catalina II o Stalin. Vladimir Putin ha recogido el estandarte del destino mesiánico de Rusia para reconstruir su historia. Esto significa que Putin tratará de integrar en un estado el inmenso espacio que dominó la Unión Soviética. Con ese fin diseñará sus guerras. En estas coordenadas hay que analizar la decisión de invadir Ucrania.

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