Balonmano

A Guarda balcánica

Surjan, Radovic y Hauptman sonríen en la grada del pabellón de A Sangriña, su hogar esta temporada.
photo_camera Surjan, Radovic y Hauptman sonríen en la grada del pabellón de A Sangriña, su hogar esta temporada.

La serbia Sandra Radovic, la croata Venera Surjan y la eslovena Blazka Hauptman viven su primera experiencia en España en el Guardés y en el especial rincón donde muere el Miño

Saben aquel en el que van una serbia, una eslovena y una croata por A Sangriña? No. Afortunadamente no es un chiste rancio basado en estereotipos, sino uno de los inescrutables caminos que encierra el balonmano y que ha juntado en la desembocadura del Miño a Sandra Radovic, Blazka Hauptman y Venera Surjan para dotar al Guardés del mítico ADN balcánico

“Somos todas de Yugoslavia”, bromea Sandra para simplificar la ecuación junto a sus compañeras, sentadas en un banquillo de A Sangriña. La primera línea serbia ejerce de portavoz apoyada en su experiencia -jugó en Turquía, Hungría, Francia e Italia- y en su impecable castellano. “Siempre que llego a un país nuevo, intento aprender el idioma. Es una muestra de respeto”, explica la jugadora de Belgrado, que acaba de cumplir 26 años y habla siete idiomas. “¡Casi como Novak!”, bromea sobre el conocido multilingüismo del mejor tenista del mundo. 

El vehículo comunicativo también va por buen camino para Hauptman. “Al principio fue muy difícil para mí porque no entendía nada”, reconoce. “Pero ahora es más sencillo cada día”, explica la eslovena de 22 años. En pleno proceso está Venera Surjan, que entiende casi todo pero aún prefiere usar el inglés para hablar. La croata, de 33 años y con experiencia en Suecia, firmó en diciembre, tras viajar a A Guarda para estar varias semanas a prueba. “Está siendo un poco difícil porque llegué con la temporada lanzada”, confiesa. No obstante, las tres coinciden: “Las compañeras son maravillosas”. Su ayuda está siendo “muy importante” para las tres, así como la del club y la afición. “Nunca tuve una así”, destaca Radovic.

Es un apoyo que excede a los muros de A Sangriña. “Es un lugar muy especial, todo el mundo sigue al Guardés. Me encanta cómo se vive aquí el balonmano”, subraya Surjan, la que menos minutos está teniendo. “No es algo que dependa solo de mí”, puntualiza. Sandra va participando cada vez más. “Soy una lanzadora y necesito situaciones. Pero siento que poco a poco entro en el ritmo del equipo”, explica. Hauptman es la que más juega de las tres, aunque también ha tenido sus dificultades. “El salto desde Eslovenia es enorme”, agrega.

A diferencia de sus dos compañeras, Blazka está viviendo su primera experiencia fuera de casa. Por eso, agradece más si cabe contar con apoyo balcánico. “Sandra es mi mamá”, bromea con timidez, antes de recuperar la seriedad. “El proceso es más fácil con ellas aquí. Podemos hablar en nuestro idioma y me aconsejan mucho porque tienen más experiencia”, resume. Un sentimiento compartido por Venera en su batalla por hacerse un hueco en los planes de Cristina Cabeza. “Tener a Blazka y a Sandra hace un poquito más fácil esta experiencia”, subraya.

Así, las luchas personales de cada una se mezclan con la colectiva cuando la temporada se acerca a su punto clave “Queremos jugar en Europa el año que viene”, expresa Hauptman, mientras sus compañeras asienten. Competir y ser felices. Así lo hace Radovic. “Lo que más me gusta es ver cuánta gente ama el balonmano aquí. Es pura pasión”, concluye. Como la de este trío. Como la de A Guarda balcánica.  

“Hay padres que continúan enseñando odio a sus hijos”

Cuando la Guerra de los Balcanes terminó en 1995, el principio del fin para la antigua Yugoslavia ya no tenía vuelta atrás. De aquel conflicto surgieron como estados independientes Serbia, Croacia y Eslovenia, los países de las tres jugadoras del Guardés. Pero también Bosnia Herzegovina, Montenegro y Macedonia del Norte. Cada uno en su momento y con sus circunstancias. Incluso ahora, Kosovo está inmersa en su propio proceso. Como es lógico, tres décadas no son suficientes para restañar las heridas de una guerra. Pero las nuevas generaciones se esfuerzan por conseguirlo. “Somos todas yugoslavas”, insiste Radovic entre risas, antes de pasar a un análisis más sosegado. “La única diferencia es política. No hay más. En Serbia y Croacia tenemos el mismo idioma. En Eslovenia es un poco diferente”, explica la jugadora serbia antes de ser interrumpida por su compañera eslovena. "Es por las montañas". Y, entonces, las tres rompen a reir. 

Pero el camino hacia una concordia auténtica todavía es largo. Y no solo por las personas más mayores, que vivieron el conflicto. “También los hay jóvenes”, coinciden las tres. “Esto sucede porque todavía hay padres que continúan enseñando el odio a sus hijos”, resume Sandra con tristeza en la mirada. En ese momento es difícil asimilar como un lugar tan ruidoso como A Sangriña puede registrar semejante silencio. La propia Radovic lo rompe: “Todavía hay gente que sigue con si Serbia no, Croacia sí y todas esas cosas. Yo vivo el presente. Lo que pasó antes no me importa nada. Por eso no me gusta hablar de la guerra”. Así, mirando hacia el futuro, las tres esperan para sus países la misma concordia que ellas disfrutan en su pueblo de adopción.

"Novak Djokovic es un orgullo"

El famoso ADN balcánico es algo que cualquier aficionado al deporte conoce. “Si Yugoslavia siguiera unida seríamos imparables”, bromea Radovic. Razón no le falta. Sus países han dado grandes campeones al mundo. El Balón de Oro Luka Modric por Croacia. “Y la selección de waterpolo!”, subraya Surjan. Tadej Pogacar, Primoz Roglic o Luca Doncic, a quien idolatra Hauptman, por Eslovenia. Y, por supuesto, por encima de todos, Novak Djokovic. Y no solo para Serbia. “Es muy difícil explicar lo que significa. Es un orgullo. Por sus éxitos, sí, pero, sobre todo, por cómo representa a Serbia y creo que a todos los países balcánicos”, sostiene Radovic, que explica cómo se le pone “el corazón a mil” cada vez que ve jugar al número 1 del tenis mundial.

Esas estrellas no son solo fruto de ese gen balcánico. Todos estos países albergan una enorme cultura deportiva que se enseña a los niños desde que nacen. “Te preguntan qué quieres practicar. O, a veces, ni eso”, explica Sandra, que heredó el deporte de su padre. “Iba a venir a jugar a España, pero se truncó por la guerra. Ahora soy yo la que está aquí”, proclama con orgullo. Sus compañeras sí que probaron otras modalidades. Surjan hizo atletismo y waterpolo, mientras que Hauptman probó fútbol y saltos de esquí. “Como Roglic antes del ciclismo”, apunta entre risas. Con el deporte en las venas.

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