Opinión

Mis recuerdos de Alberto Casal

He de lamentar que el fallecimiento de muy queridos e irrepetibles amigos me haya pillado, como en el caso de Alberto Casal, fuera de Vigo. Más no quisiera dejar de dedicarle unas palabras de cercanía y afecto, que añadir a cuanto de bueno se ha escrito ya sobre él, aunque sea a posteriori. Con su marcha perdemos el último eslabón de una cadena de intelectuales y personajes singulares del foro, la literatura, el periodismo y la empresa que nos han dejado para siempre. Vigo como ciudad se empobrece cada vez que se nos van los hombres y  mujeres de aquel tiempo. 
Por confluencia por amigos comunes traté a Alberto Casal estos últimos años y compartí con él inolvidables veladas, donde sus anécdotas, sucedidos y experiencias nos enriquecieron a todos con ese modo casi imperceptible con que contaba las cosas.
Era tal su categoría como jurista que, ya retirado de la notaría, más de un magistrado del Tribunal Supremo le solicitaba dictámenes e informes para desentrañar casos complicados. Alberto Casal ejercía esta labor singular con sencillez, casi como sin querer. Era proverbial su humorismo, de modo que al jubilarse comunicó a sus amigos que se iba a dar de baja hasta del Registro Civil.
Fui testigo directo de su profundo pesar, como secretario del Consejo de Administración de “Faro de Vigo S.A.”, por el modo en que se enteró que Manuel Comesaña y Javier Vázquez Sánchez Puga habían decidido vender la cabecera al grupo Moll. Una noche, cenando en casa de un empresario amigo en la isla de Toralla nos confesó que en 24 horas él habría reunido el capital necesario para conservar la propiedad del diario decano en Vigo, pero que los dos propietarios “consortes” estaban empeñados en desprenderse de la empresa en una operación que pudo mejorarse y transferirla al grupo que ahora lo posee. Es curioso, porque en el mismo sentido, el presidente de la Confederación de Empresarios de aquellos días, Antonio Ramilo, me dijo exactamente lo mismo. “Para una ciudad, perder un periódico de cabecera, de toda la vida, es una lamentable experiencia, pues ya no es lo mismo estar dentro de un grupo, con otros intereses y estrategia, que ser un símbolo en si misma de la propia historia”.
Hay un aspecto muy interesante de las relaciones de Alberto Casal con Álvaro Cunqueiro, Castroviejo, Paz-Andrade, Fernández del Riego, los hermanos Álvarez Blázquez y demás intelectuales y escritores de aquel tiempo, su especialísima vinculación con José María Castroviejo. Casal solía comentar de broma que cuando encontraba un libro interesante siempre adquiría dos: uno para él, y otro para que se llevara Castroviejo, distraídamente, cada vez que lo visitaba la Notaría. 
Castroviejo llegaba a las oficinas y preguntaba: “Alberto, ¿puedo hablar por teléfono?”,  seguidamente pedía una conferencia con Nueva York.
Una noche, cenando en casa de un amigo, Alberto Casal nos contó las jugarretas que la hacía José María Castroviejo. El Señor de Tirán era, a la sazón, inspector de Prensa del Movimiento y publicaba sus artículos en “Faro de Vigo”. Había tenido Castroviejo ciertos problemas con el jefe de los medios de Prensa del Movimiento, y Casal y aquél fueron a Madrid a resolverlo. Solventado el asunto, fueron ambos viajeros a comer a un restaurante de la época, de aquellos que tenían amplios manteles de cuadros rojos y amarillos. Llevaba Casal un traje blanco de espiguilla, pues era verano.
La camarera, algo torpe, vertió sobre los pantalones del atildado notario la salsa de uno de los platos, lamentando el afectado que al menos no hiciera juego con su traje. Como el establecimiento era de confianza, que ya es confiar, Castroviejo convenció a Alberto Casal de que se despojara de los pantalones, en tanto se cubría con el amplio vuelo del mantel, mientras las diligentes cocineras le lavaban y aprestaban la masculina prenda, ya que por la época y lo liviano del paño, en tanto almorzaban quedaría lista.
Entraron en el restaurante unas señoritas muy atildadas, conocidas de Castroviejo, quien se levantó solícito a saludarlas y, ya de paso, se sentó en su mesa, haciendo gestos a Alberto Casal, que estaba sin pantalones, cubierto con un mantel, de que se acercase. Casal contaba todo esto muy serio, recalcando la cruel broma de Castroviejo, y añadía, “Y yo mientras, pues no podía levantarme, haciendo reverencias como un chino…..”
Nos ha dejado este hombre singular, sabio jurista, amigo de la inteligencia y, sobre todo, con un excelente sentido del humor. Como en los viejos miliarios funerarios romanos, digamos con efecto: “¡Sit tibi terra levis!” (“¡Que la tierra le sea leve!”).
* En la foto, Alberto Casal, a la derecha arriba, con José Landeira, Javier Vázquez Sánchez Puga y Manolo Comesaña (dueños de “Faro de Vigo”), el gerente, Juan Baliño y Alvaro Cunqueiro).

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