UN AÑO DE LA OLA DE INCENDIOS

Desmotivación entre los comuneros de Pazos y Fornelos

En los incendios del año pasado ardieron 1.500 hectáreas en Pazos de Borbén.
photo_camera En los incendios del año pasado ardieron 1.500 hectáreas en Pazos de Borbén.

Aseguran que se repite la situación de hace diez años y critican la falta de planificación de las administraciones ante posibles incendios

nnn  Pazos de Borbén resultó uno de los concellos más castigados por el fuego de hace un año con más de 1.500 hectáreas calcinadas, llegando a decretarse la situación 2 y con desalojos en la parroquia de Amoedo. La comunidad de montes de Moscoso tiene 244 hectáreas de terreno, de las que se quemaron cien, que corresponde con las fincas conveniadas con la Xunta. Al ser gestionadas por la administración, se retrasó la venta y por tanto se redujeron los beneficios. Según Álvaro Martínez, se perdió dinero porque “la adjudicación fue muy lenta y se vendió por tonelada, después de un año tirada en el monte, la madera quemada no pesa nada”. En cuanto al precio que se está pagando, ronda los 7 euros por tonelada, cuando la tarifa habitual se sitúa entre los 30 y los 20 euros. “A los madereros tampoco les interesa, les sobra madera quemada”, apunta.
El monte afectado ya había ardido en 2006 y los comuneros guiaron su regeneración: “Da mucho trabajo porque hay que seleccionar y ordenar los ejemplares que rebrotan; la verdad es que estamos muy desmotivados porque ha vuelto a pasar, pese a que nuestras fincas estaban desbrozadas; acabábamos de invertir 18.000 euros en la limpieza”, indica su presidente.
Álvaro Martínez trabajó durante años en la extinción de incendios y considera que el problema está en la falta de previsión: “No están haciendo nada para prepararse contra los grandes fuegos”. Avisa que estos conatos “no tienen nada que ver con los de antes; en los años 80 no llegaban a las viviendas, porque entre el monte y las casas había una franja agraria que ahora está abandonada”.
Pone como ejemplo lo que está sucediendo en Portugal, donde se queman 130.000 hectáreas de una vez. “Va a pasar lo mismo en Galicia, la amenaza está empeorando y no se hace nada”. Afirma que las condiciones meteorológicas tampoco ayudan, ya que considera un hecho probado el cambio climático: “Llevamos dos años en que el verano pasa del 4 de octubre y las medidas contraincendios tienen que adaptarse a esto también”.
Martínez considera que aunque la selección de las especies frondosas influye en la reducción de incendios, no es suficiente: “No se puede ser utópicos, el eucalipto no se va erradicar totalmente de los montes, pero sí puede evitarse en puntos clave donde es necesaria la aplicación de barreras naturales contra el fuego”.
El recuerdo de lo sucedido hace un año en Moscoso sigue muy presente entre los vecinos: “Al menos cinco residentes en esta zona hemos trabajado en extinción de incendios y ya por la mañana nos dimos cuenta que el fuego iba a llegar, lo hizo a medianoche, pero ya habíamos tomados medidas; tuvimos ocho horas para prepararnos, repartimos mascarillas y avisamos a los vecinos”. Martínez asegura que en esos casos “el lugar más seguro siempre es el medio de la aldea, hay que ser muy prudentes con las evacuaciones”.

cuatro incendios en 38 años
En A Ermida, otra de las ocho comunidades de montes de Pazos, el área afectada abarcó la totalidad del terreno en mancomún y a numerosos particulares. Los árboles quemados siguen en pie en las fincas, mientras numerosos eucaliptos retoñan espontáneamente, sin ningún orden. Martin Harries, el tesorero de la Comunidad, lleva 38 años afincado en la parroquia y ya ha vivido cuatro incendios forestales: “Cada diez años se quema el monte y volvemos a lo mismo, nadie controla lo que sucede una vez extinguido el foco; el año pasado después del fuego no paró de llover, el agua arrastró la tierra, dejando  la piedra en superficie”. Considera que lo importante “es tomar medidas, sin buscar culpables que no sirve para nada”. 
Indica que los incendios de 2017 atravesaron kilómetros y afectaron a zonas limpias y menos limpias, por lo que ve difícil evitar que se repitan, pero sí reducir sus efectos. Para Harries, la falta de actividad en el monte es lo que aviva el fuego. Propone incentivar la vuelta de los rebaños y de la mano de obra en el rural: “necesitamos un cambio de mentalidad”.
Cuando se cumple un año de la catástrofe recuerda como vio amenazada su propia casa: “Estuve sofocando el fuego, pero nos quedamos sin agua; fuimos los vecinos los que salimos al monte porque los equipos de extinción no llegaron aquí; había miedo y hubo gente que se fue a refugiar a la iglesia”.
Excusa la falta de atención por parte de las administraciones, diciendo que “están desbordados”. Considera que para conocer la dimensión de los daños “las autoridades deberían estar aquí y no sentadas en sus oficinas”.n

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