ANGROIS, UN AÑO DESPUÉS

Retorno al lugar de la tragedia: "Aún lloro como un niño"

Valentín Verdejo, superviviente en el accidente de Angrois, vuelve a viajar en tren para relatar la tragedia y las secuelas que le produjo 

El día en que se cumplió un año de la tragedia de Angrois, Valentín Verdejo volvió a subirse al tren, a un Avant que le desplazaría a Santiago para reunirse con su familia. La de ayer no era la primera vez que utilizaba el ferrocarril después de resultar malherido en el accidente del Alvia que hace ahora un año se cobró la vida de 79 personas. Pero ésta, la del aniversario, era una jornada especial, y el recuerdo, el dolor y el impacto de aquel otro viaje se hicieron presentes más que nunca.

Valentín Verdejo, subdirector general de La Región, fue uno de los 146 heridos en el accidente; iba en el vagón que salió volando para caer en el campo de la fiesta de Angrois y de allí lo rescataron, entre un mar de cuerpos y maletas, con la base del cráneo y un hombro rotos, nueve costillas fracturadas y clavadas en sus pulmones, incontables politraumatismos y un estado de shok contra el que aún lucha a base de terapias y medicamentos.

Este es el relato de aquel viaje, el de ayer y el de hace un año; la dolorosa experiencia de una víctima que pudo salir con vida y las percepciones que tiene ahora de la tragedia, vista desde la distancia. Es una víctima que, pasado el tiempo, pide a los responsables ferroviarios que “reconozcan el error cometido, que den una explicación seria de lo sucedido y que compensen a los heridos y a las familias de los fallecidos por una desgracia de la que son completamente ajenos y que nunca debería haberse producido”. De hecho, no constan, recuerda, ninguna mejora en los vagones, salvo el cinturón de seguridad, y la drástica reducción de velocidad al acercarse a la curva de A Grandeira.

Ayer, Valentín Verdejo se subía nuevamente al tren, puntual, a las cuatro de la tarde, pero en tensión, como en las veces anteriores, cuando volvió a utilizar este medio de locomoción al regresar al trabajo. Accedió a sentarse en la dirección de la marcha de la locomotora para ver de cerca, otra vez, el muro que separa las vías del campo de Angrois, donde hace un año acabó incomprensiblemente su viaje. Porque él ha vuelto a viajar, pero en sentido contrario a la dirección del tren: “Me siento más seguro, me da la impresión de que si se estrella me haré menos daño”.

Viaje silencioso

El Avant de las cuatro de la tarde llevaba ayer a Santiago muy pocos viajeros, por eso el silencio pesaba más. Los escasos usuarios dialogaban con susurros y miraban irremediablemente a la ventana cuando 25 minutos después de emprender la marcha, el tren, repentinamente, comenzó a reducirla velocidad. Sabían que se acercaban a Santiago porque ya circulaban casi a 30 kilómetros por hora (la velocidad impuesta tras el siniestro), no porque se anunciase la llegada a Compostela; tampoco las pantallas de televisión informaron de la alta velocidad que en otros tramos alcanza el tren, quizás para no recordar lo inolvidable.

Valentín se encoge cuando el convoy pasa por viaductos y espacios abiertos, donde pierde la sensación de protección, y se tensa ante la cercanía de Angrois. Se relaja cuando se aminora la velocidad: “¿Ves qué bien vamos así, despacio?”, para volverse ansioso al acelerar la locomotora. Pero ya puede mirar el muro, los perfiles del pueblo y la multitud de cámaras de televisión apostadas en el puente cercano que permite divisar la vía. “Son las cuatro -dice al salir de Ourense-, un Alvia como el que yo utilicé para viajar hace un año está ya camino de Santiago, procedente de Madrid. Salió a las tres”, apunta mientras comienza a recordar.

Valentín Verdejo cogió aquel Alvia porque había perdido, cuestiones de trabajo, dos trenes anteriores. Su esposa y sus hijos le esperaban en A Coruña para disfrutar del puente de Santiago. Apenas era consciente de la velocidad del convoy pero, de repente, se sintió lanzado por el aire e, inmediatamente después, atrapado bajo una montaña de cuerpos, asientos, maletas y enseres. “Sólo podía mover los párpados y los dedos de los pies. Así estuve hasta que me rescataron, en Angrois, porque mi vagón fue el que salió volando hacia el campo del pueblo. Iba lleno completamente y creo que nos salvamos sólo seis”; entre ellos, su compañera de asiento, la joven discapacitada que perdió a sus padres en el accidente.

El azar le permitió sobrevivir y le dio suerte. “Apenas había sitio en el vagón y yo buscaba un asiento con mesa, para trabajar. Recorrí dos vagones sin encontrarla y eso me ayudó porque las mesas y las bandejas de los asientos hicieron mucho daño”, fueron auténticos proyectiles contra los cuerpos de los viajeros. Él guarda todavía su ipad, que un amigo fue a recoger, totalmente inutilizable, al depósito de la Policía. Su pantalla está completamente astillada, como si mil pequeños golpes la rompieran con saña. “Imagínate eso en un cuerpo humano, pues así debió ser”, relata, todavía conmocionado.

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