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Nunca te vayas de una fiesta hasta el final

La afición acabó desbocada por la victoria tras los goles de Guidetti y Wass y entonó, de nuevo en Europa, su cántico más festivo: "A Rianxeira".
photo_camera La afición acabó desbocada por la victoria tras los goles de Guidetti y Wass y entonó, de nuevo en Europa, su cántico más festivo: "A Rianxeira".

Balaídos tuvo que ahogar gritos de temor antes de poder cantar a pleno pulmón "A Rianxeira" en el regreso de un              torneo continental a Vigo 

El nunca se sabe. Esa sensación que esclaviza el ánimo de que, a lo mejor, lo que apunta tan mal termina tan bien. Esa noche de torpeza, acodado en la barra, adormilado, sin lucidez suficiente como para entablar una conversación fluida, con la mente puesta en el madrugón de mañana, rodeado de un ambiente anodino, casi muerto... Esa noche que recuerda a otras tantas noches para olvidar. Mejor estarías en casa. Pero te carcome el nunca se sabe. Te obliga a insistir en algo en lo que no crees, de lo que ya ni esperas nada más que la necesidad de olvidarlo con facilidad. Te empuja a quedarte hasta el final, hasta que encienden las luces. Es una maldición el nunca se sabe. Hasta que no lo es. 
Nunca te vayas de una fiesta hasta el final. Porque nunca se sabe. Nunca te vayas de Balaídos hasta el final. Porque nunca se sabe. Volvía la competición europea al estadio vigués y sólo ese ambiente especial parecía dar vida a una grada que seguía con la mirada baja a un Celta con el juego bajo mínimos. El Panathinaikos no marcó porque Sergio y los árbitros –alguno de los seis presentes, es de suponer (con ese invento para fomentar el compadreo y la camaradería de la clase arbitral europea de los jueces de área, que deben viajar para hacer grupo)– no quisieron. Pero con Wass y Aspas en el campo, hubo un arreón final que enardeció a las masas –modestas (15.726), pero masas–, desbocadas poco después con los dos goles en la recta final. Entonces, casi nadie pensó en los merecimientos, sino en los puntos y en las celebraciones. Porque toda fiesta conlleva el olvido parcial de una realidad que está poco para fiestas. Y sonó "A Rianxeira" en Europa casi una década después. Sonora. Incluso con ese deje de desesperación de quien ha sufrido un minuto antes.
No parecía que Balaídos estuviese para fiestas, la verdad. Con las obras de Tribuna todavía en carne viva y los traslados obligados por la UEFA –a los Vip's se les veía perdidos fuera de su hábitat en el palco de Río Bajo– y la afición llegando a la hora que bien podía llegar dado lo incómodo del horario fijado, las gradas amanecieron al partido un tanto desubicadas. De fondo, se oía siempre el insistente soniquete del medio centenar largo de aficionados griegos en su esquina de Río Alto.
Pero el fútbol celeste no daba para mucho griterío. Mientras tanto, hubo que acostumbrarse al criterio arbitral del italiano Luca Banti, permisivo con los choques y luchar con la incomodidad de un sol en pleno descenso allá por Gol. Fondo, esa grada olvidada en lo que llevamos de temporada, recuperó algo de vida cara al sol.

Y eso que no parecía
El paso de los minutos amuermó el optimismo. Los gritos de miedo ante las claras ocasiones del Panathinaikos alcanzaban más decibelios que los de ánimo para los célticos, perdidos en el campo.
No parecía la noche muy propicia para una fiesta rachada. Las plegarias se mascullaban no pensando en la victoria, sino en mantener el empate. El tiempo pasaba. Pero nunca se sabe. Victoria, una década después. Vigo vuelve al mapa futbolístico europeo.n

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