VIGO

Padín: “Mi vida se acabó a los 23 años, tengo 55 mal vividos”

Manuel Fernández Padín presentó ayer en Vigo “¡Dejadnos vivir!” con Carmen Avendaño.
photo_camera Manuel Fernández Padín presentó ayer en Vigo “¡Dejadnos vivir!” con Carmen Avendaño.

Arrepentido y testigo protegido de la Operación Nécora, cuenta su historia en “¡Dejadnos vivir!”, libro que presentó en Vigo

 “¿Estás nervioso?”, pregunta Carmen Avendaño. “Sí, un poquito; los nervios siempre los tengo”, responde Manuel Fernández Padín, mientras ambos posaban ayer por la mañana en la comparecencia ante los medios. Por la tarde, él presentó sus memorias “¡Dejadnos vivir!”, donde cuenta cómo se metió en el tráfico de drogas y acabó siendo testigo protegido del mayor proceso judicial contra el narcotráfico, la Operación Nécora del juez Baltasar Garzón.
Reconoce que “se publica ahora porque fue cuando una editorial (Hércules Ediciones) se interesó por la historia; es un libro que escribí hace años durante las madrugadas que pasé en un cuarto como testigo protegido, con los escoltas durmiendo fuera”. Padín pierde la sonrisa cuando asegura que “mi vida se acabó a los 23 años, cuando una noche tomé una dosis de LSD y me generó una psicosis maníaco depresiva; ahora tengo 55 mal vividos”. Espera que su experiencia sirva de ejemplo para que las nuevas generaciones no caigan bajo el efecto de las drogas.
Fracasó en su matrimonio, en su empeño de comenzar de nuevo en Canarias o en Australia. Busca un trabajo que no llega. Desempleado y sin formación, reside en Madrid. Se enfrenta al día a día con un discapacidad del 69% y con 30 años de tratamiento psiquiátrico. “Me siento defraudado e indignado porque no cumplieron con lo que nos prometieron después de testificar”.
Su historia comienza en los 80 en su pueblo natal, Vilanova de Arousa, dominada por los clanes de la droga, “iba camino de convertirse en la Sicilia gallega”, señala. Enfermo mental, con necesidad urgente de atención médica, buscó un trabajo legal: “No encontré nada y hablé con Charlín para hacer una descarga en el contrabando de tabaco, pero cuando fui me enteré que era cocaína; no me pareció bien y decidí denunciarlo en la televisión”. Mantiene que no acudió a la Policía por miedo a ser detenido. Como consecuencia la organización le montó una entrega trampa: “Había un chivatazo y me pararon, pero el paquete estaba tan bien camuflado, que no lo encontraron al registrar el coche; me descubrieron al dejarlo en el centro comercial”. Ahí empezó su faceta como testigo protegido: “Fueron años en lo que lo único que hice fue pasear”.
No tiene miedo. Cree que si los Charlín hubiesen querido acabar con él ya lo habrían hecho. “Igual se olvidaron de mí, no puedo meterme en la mente de los demás”. Con este libro quiere recordar a sus compañeros desaparecidos: “Es un homenaje a esa generación de amigos que arruinaron su vida”.n

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