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Julio César inventó el populismo

Julio César empezó a interesarse por la política desde muy joven.
photo_camera Julio César empezó a interesarse por la política desde muy joven.

Cayo Julio César introdujo el calendario actual, copiado de los egipcios, y su nombre acabó siendo sinónimo de emperador -aunque formalmente sólo fue dictador en la República- con palabras como César, Kaiser o Zar. Pero también fue el inventor del populismo como fórmula para ganar elecciones y perpetuarse en el poder. 

Julio César alcanzó el poder absoluto en la República romana al convertirse en Dictador, una institución que carecía de connotaciones negativas hasta su utilización unos años antes por Sila, quien había convertido la magistratura, pensada para situaciones de emergencia ante enemigos externos, en un poder personal e ilimitado contra enemigos internos. César fue todavía más lejos al colocarse por encima de la ley romana y su asesinato se fraguó desde el Senado con la idea de acabar con quien creían que iba a liquidar la República y proclamarse rey.
Todo se remonta a años antes. Sabiendo que no contaba con el apoyo del Senado, optó por ganarse el del pueblo practicando de forma consciente el primer populismo de la historia, siguiendo la huella que antes habían trazado los hermanos Graco. Cayo Julio César era miembro de una de las grandes familias patricias de Roma. Él mismo se consideraba descendiente de Venus y de los fundadores de la Urbe, pero cuando entró en política lo hizo de la mano de su tío Mario, quien dirigía el partido del pueblo. Mario se enfrentaba a Sila, un aristócrata terrible, quien sentía desprecio absoluto por la plebe y dirigía la facción que pretendía dominar la sociedad desde arriba, con dinero e influencias. Mario, y luego César, vieron que era más fácil hacerlo desde abajo, con la manipulación de las masas, “pan y circo”.  César, en lugar de apoyar a los “optimates”, que sería la formación propia de su ascendencia, decidió convertirse en el hombre fuerte de Roma contraviniendo las leyes de la república, que de forma taxativa limitaban los poderes para evitar la concentración en una sola persona y evitar la reposición de la odiada monarquía. Para un romano, los reyes eran sinónimo de tiranía, de la que se habían librado para siempre con la república. Eso lo tuvo muy en cuenta tanto César como su sucesor, Octavio Augusto, que aún fue más fino: se comportó como un monarca pero formalmente continuaba siendo sólo el primer hombre –princeps- de la república.
Roma era algo parecido a una democracia, con un sistema de contrapesos entre las instituciones y elecciones a las más altas magistraturas, incluido el consulado, que se ejercía por un año y por dos personas de forma simultánea. Julio César no tuvo reparos en dirigirse directamente al pueblo para convertirse en su líder frente al poder del Senado. Otra de sus medidas fue el reparto de tierras en provincias para miles de personas, que lógicamente quedaban atadas personalmente a César y no al Estado.  Hay que tener en cuenta que la República roma, después de guerras sociales, se definió como el conjunto del Senado y el Pueblo (el célebre acrónimo SPQR), la oligarquía y la plebe.  Ese cambio de poderes, del Senado al pueblo, contrariamente a lo que podría parecer no supuso más democracia, sino la desaparición de las mínimas garantías de la república, que acabó cayendo. En primer lugar, con la dictadura de César, al principio tasada, luego permanente, que tuvo su lógico colofón en el Imperio, con tiranos empeñados en seguir el consejo de César: pan y circo, lo que significaba mantener a miles de personas con alimento y distracción, pero todos ellos devotos del emperador, mientras el Senado perdía toda su ascendencia y el resto de instituciones se convertían en un decorado. La obra de destrucción de Julio César se completó, aunque nunca se supo qué estructura política planeaba realmente. 
 

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