"El camping de Cíes fue la base de los voluntarios, agradezco mucho su esfuerzo"
Emilio Fernández Monsonís, director del camping de Cíes
Emilio Fernández Monsonís pasó hace tiempo la edad de jubilarse, pero no solo sigue al frente del camping de Cíes, sino que está en forma gracias a “los aires de las islas”. El hundimiento del “Prestige” provocó daños al medioambiente y a los sectores que vivían del mar, y entre ellos puso en jaque al camping que había montado Emilio Monsonís en 1970. Pero para él la catástrofe era mucho más que eso, afectaba a su propia vida. “Era mi finca”, dice poniendo énfasis en estas tres palabras. Su infancia está ligada a las islas, donde correteaba con otros niños isleños, porque su padre había adquirido una casita al lado del lago en 1950 y pasaban allí muchos días. El esfuerzo de miles de voluntarios, instituciones y empresas permitió que el camping reabriese en 2003 y que las islas recuperasen la salud. El camping se convirió en el refugio de los voluntarios.
¿Qué recuerda de los primeros días de la catástrofe?
El barco se accidentó el 13 de noviembre y dos días después me avisó la guardería del parque de que estaba entrando mucho chapapote en las islas. Empezó nuestro nerviosismo porque las noticias eran impresionantes. Me puse en contacto con la concejalía de Medio Ambiente del Concello de Vigo, porque estaban reuniendo voluntarios para ir a limpiar a la isla, y les ofrecí el camping como base para cambiarse, para refugiarse si llovía y para tomar algo caliente. Y allá íbamos todos los días. Había que inscribirse porque había tanta gente de toda España que quería ir a la isla y en el barco de Vapores de Pasaje solo había 400 plazas. El Concello pasaba lista a las ocho de la mañana. Muchos iban en lancha por su cuenta. Era impresionante la cantidad de gente que quería ayudar.
¿Cómo fue el primer impacto?
Cuando llegamos el primer día nos caían las lágrimas al ver aquello todo negro, con un olor fortísimo a gasóleo o a productos químicos, al ver a los cormoranes con las alas empapadas en chapapote que se morían. Era una enorme tristeza. Además, era mi finca, teníamos nuestra empresa allí desde 1950 cuando mi padre montó un bar. Llegábamos a las diez de la mañana y todo el mundo se ponía a limpiar hasta las tres de la tarde. Se cambiaban en el camping, dejaban las fundas blancas todas manchadas de chapapote y se ponían su ropa, luego tomaban algo caliente. Colaboraron muchos comercios de Vigo, nos mandaban leche, pan, bebidas. Luego volvíamos a Vigo. Gracias a ellos se consiguió limpiar todo, ahora está todo impecable. Estuvimos allí conviviendo varios meses, de noviembre a marzo.
Recogían a mano, pero luego hubo otras soluciones.
Recuerdo que había venido un comercial de Brasil en una lancha. Era de una empresa importante. Su jefe había visto la catástrofe en la tele porque la noticia había dado la vuelta al mundo y le ofreció a la Xunta y la Xunta al parque un sistema para eliminar el chapapote. Eran unos polvos que lo absorbían. Funcionaba en la demostración pero al ponerlo sobre la roca el viento se llevaba ese polvo y fracasó.
Fue una tarea titánica.
Nos íbamos a las tres de la tarde con la playa medio limpia y a la mañana siguiente con la marea estaba otra vez todo negro. Me gustaría dar las gracias a todos los voluntarios, Protección Civil, Concello de Vigo, Xunta de Galicia, Tragsa, la guardería del parque, los marineros, cofradías de pescadores. Gracias a ellos se consiguió eliminar el chapapote durante esos meses. Protección Civil también hizo un campamento allí por si alguien se dañaba y la Cofradía de Cangas tenía otro puesto.
¿Qué cambió con la llegada del Ejército al parque nacional?
El Ejército vino con la fragata “Galicia” y trajo materiales, camiones y dumpers. Conseguimos vaciar más rápido el chapapote. Tenían herramientas y lo recogían con camiones. Hicieron sendas de entrada a la playa y enganchaban los sacos. Antes lo recogíamos a mano con cubos y se depositaba en el monte en unas balsas protegidas con plásticos. Luego vinieron especialistas y buscaron un sistema para no contaminar si se arrancaba el chapapote de las rocas, para que no volviese a caer al mar lo que se iba limpiando.
¿Cómo era su relación con las Cíes antes de abrir el camping y el restaurante en 1970?
Nosotros íbamos a una vivienda que tenían mis padres en Cíes. Entonces existía, y aún existe, la Sociedad de Caza y Pesca “La Viguesa”. La gente no hacía como ahora, eso de ir de sol y playa, se hacían excursiones con esa sociedad para ir a los concursos de pesca que se celebraban en muchos sitios. Las islas estaban acotadas por esa asociación para cazar. Mis padres iban con un grupo de amigos cuando había concurso de pesca en las islas y a mi padre le gustó tanto que en los años 40 le compró una casita al único tabernero que había en la isla, El Chuco, donde se hacían las comidas. Se llamaba Eido do Lago y la fue arreglando poco a poco. De niños íbamos allí cuando iba la naviera Vapores de Pasaje porque no teníamos barco.
¿Cuándo montaron el negocio?
El tabernero había fallecido, no tenía hijos y la isla quedó sin un sitio para tomar algo. Al mismo tiempo, Vapores de Pasaje hacía cada vez más excursiones. Mi padre iba a pescar con sus amigos y los pulpos y robalos que cogían se cocinaban en la casita o se hacía un café de puchero. Entonces se le ocurrió montar un bar en los años 50. En 1970 había acampada ilegal en las Cíes, el Icona se puso en contacto conmigo y me animó a hacer un camping. Aproveché las instalaciones de mi padre, hicimos baños siguiendo la normativa, y seguimos también con el restaurante.
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