Vivir en furgón o autocaravana, una opción que gana adeptos
Muchos lo hacen por voluntad propia, otros por necesidad, pero casi todos coinciden en que es un modo de vida que “engancha” y proporciona libertad: “Es el lujo de los pobres”
En ciudades como Málaga, donde el precio de la vivienda se disparó en los últimos años, situándose el alquiler medio por encima de los 1.200 euros mensuales, estas pequeñas casas móviles se conviertieron en una alternativa habitacional para personas que, pese a disponer de ingresos, no pueden o no quieren hacer frente a la compra o arrendamiento de un piso.
En la Costa del Sol proliferaron explanadas y zonas de aparcamiento que se conviertieron en pequeños “barrios” de casas sobre ruedas. Algunas de estas áreas son de pago y ofrecen servicios de ducha, baño, lavadero, vaciado de aguas grises o vigilancia, mientras que otras son meros solares sin ningún tipo de facilidades ni seguridad. En ellas viven personas como Silvia, Fede, Alba, Pedro, Julio o Giorgio, que llegaron a Málaga desde diferentes puntos del país o del extranjero atraídos por el mar y el buen tiempo, un factor a tener muy en cuenta cuando se vive en un espacio que a menudo no supera los siete metros cuadrados, lo que hace que buena parte del día se pase fuera del vehículo.
Los nuevos nómadas
Aunque estos nuevos nómadas llegaron a esta forma de vida por diferentes casuísticas, coinciden en destacar que, hoy por hoy, no la cambiarían. Viven en las afueras de Málaga, en primera línea de mar, y destacan el “buen ambiente” que reina entre los habituales de la zona: “Somos como una familia”.
Antonio (nombre ficticio) tiene 60 años y es de Madrid, aunque vive en Málaga desde hace tiempo. Hace tres años se compró una autocaravana de segunda mano y, si bien reconoce que al principio “fue duro” residir ahí, ahora se siente un “afortunado”. Antonio, que trabaja ocasionalmente como cocinero, comparte su hogar con sus dos perros, Pipo y Pipa. Tiene “lo indispensable para vivir” y “mucho tiempo para pensar”, leer y tocar el teclado, sus dos grandes aficiones. “Tengo mi espacio, libertad, tranquilidad, solo pienso en mí. Yo ya no me muevo de aquí”. En la puerta de su casa andante, ataviado con un sombrero y un pantalón de estilo hindú, explica que la autocaravana le permite gastar poco, desconectar del estrés y, lo más importante, decidir cada día dónde ver amanecer o atardecer: “Es el lujo de los pobres”, destaca Antonio, que espera que su vehículo le dure muchos años. El día que falle, asegura, tiene claro que se comprará otro.
Silvia, la gallega
Justo enfrente vive Silvia, una gallega de 44 años, militar retirada por lesión, que un día decidió comprarse una furgoneta y poner rumbo al sur en busca del buen tiempo por motivos de salud. Se sometió a numerosas operaciones en la espalda y en las piernas y el frío le causa mucho dolor. Silvia, que cobra una pensión, pasa los meses de buen tiempo, de mayo a noviembre, aproximadamente, en la furgoneta, y el resto del año alquila una vivienda en algún pueblo de Málaga para resguardarse del frío. Este año encontró un apartamento en Mezquitilla por 380 euros al mes.
“Los precios en Málaga están por las nubes, no hay donde alquilar todo el año a un precio razonable. Te piden hasta 450 euros al mes por un piso compartido y la mayoría de veces no admiten animales”, lamentó Silvia mientras pedalea en una bicicleta estática que le prestó otro vecino, Fede. Ella está encantada de vivir en una furgoneta con su perra Luna, de 10 años, aunque reconoce que tiene algunos inconvenientes, como la falta de espacio, que soluciona alquilando un trastero, o la sensación de agobio que puede dar estar encerrada en un espacio tan pequeño, sobre todo cuando hace mal tiempo: “Pero abres la puerta, ves el mar y se te pasa todo”, apuntó la gallega.
Fede, que es de Badajoz y tiene 58 años, hace tres que, “por circunstancias de la vida”, vive en una furgoneta que fue adaptando a sus necesidades. Llegó a Málaga el 15 de marzo de 2021 y su intención es quedarse aquí, donde vive también su hijo en otra “camper”.
“Cada vez más”
“Esto es un “boom”; desde la covid y todo lo que supuso aquello cada vez hay más gente que quiere vivir así. Aquí somos fijos una docena de familias, algunas con niños”, comentó este pensionista extremeño, que admitió que, aunque a veces tiene “días malos”, prefiere estar así “que en un piso entre cuatro paredes”. “Aquí, por muy mal que estés, estás en la calle, en plena naturaleza”, añadió.
En lo que coinciden todos es en que se sienten “perseguidos” por la Policía Local, que casi a diario patrulla por el aparcamiento e impide que los caravanistas saquen mesas, sillas o cualquier objeto fuera de los vehículos, ya que eso supondría acampar.
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