El legionario y las monjitas

SEMBLANZAS ENCONTRADAS

No estaban obligados a adquirir una determinada nacionalidad (española o portuguesa); podían prescindir de ambas y figurar como ciudadanos del Coto Mixto. No necesitaban licencia para el porte y tenencia de armas.

Julio dorado / paula palomanes OURENSE

Publicado: 26 nov 2017 - 03:39 Actualizado: 27 nov 2017 - 01:54

Sergio Álvarez atiende el comedor del Hogar Santa María de Verín, junto a una de las religiosas.
Sergio Álvarez atiende el comedor del Hogar Santa María de Verín, junto a una de las religiosas.

Tenían el privilegio de autogobernarse mediante la elección de un "juez" (jefe político, administrativo y judicial), auxiliado por los llamados "homes de acordo".

Sergio Álvarez y Álvarez nació en el pueblo de Meaus (Ourense), en la "raia" portuguesa; el antiguo "Couto Mixto" que, como hoy Andorra, en tiempos gozaba de exenciones de sangre (no estaba obligado a aportar hombres para la guerra), no estaba obligado a asumir cargas fiscales y sus ciudadanos eran absolutamente independientes.

Álvarez proviene de Álvaro, que viene de Allwar, que significa "el que va a la guerra". Y Sergio se alistó voluntario en la Legión. Mozo de los más granados, fuerte, alto y bien parecido, fue "gastador", uno de los seis hombres escogidos para ir a la cabeza en los desfiles; "manejaba el Cetme con dos dedos y lo hacía cabriolar en el aire como el bastón una majorette", recuerda.

La cabra tira al monte, y a Sergio le tiraba la aventura. Convivió con la cabra que, en turnos semanales, se encargaban de adiestrar los gastadores: "Podía pasarle algo a un gastador –sonríe- pero Dios nos libre que le pasase algo a la cabra". Y convivió con los últimos maquis, los que se habían echado al monte o refugiado allende la "raia" huyendo del franquismo y de la guerra, "hasta los lobos lo habían hecho, escapando de los tiros de fusil y los carabineros", dice.

Hijo de guardia civil, cuenta que todos tenían una historia que contar, y algo de que avergonzarse. "Trabajaban de jornaleros para justificar la corteza de pan y la taza de caldo que los labradores portugueses les brindaban, y cuando aparecía la GNR (Guardia Nacional Republicana) los pastores gritaban: "¡al lobo, al lobo!", y ellos se escondían en las cuadras o se internaban de nuevo en los montes".

Sergio también cuenta que conoció a los contrabandistas que hormigueaban fardos de café, cajas de cigarrillos y miserias una vez terminada la guerra. Él mismo menudeó "Bisonte", "Três Vintes", "Luky Strike" cuando, con apenas 16 años, empezó a trabajar en una gasolinera de Verín. "Los ricos venían a tomar las aguas, Sousas, Fontenova y Cabreiroá; un día paró Antonio Molina con su Citroën 4 ligero y me compró varias cajetillas; hasta le regaló una entera al limpiabotas". Él entregaba todo el dinero en casa, y lo justificaba diciendo que era debido a las propinas.

Se alistó en el banderín de enganche de la Legión porque además de gustarle la aventura no quería ser guardia civil, como su padre; pasar semanas fuera de casa, comiendo de seco y persiguiendo desgraciados. Ser legionario le parecía más honroso. "Allí nos aceptaban a todos sin hacer preguntas; algunos se alistaban con el nombre de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador".

En Ceuta, los lejías iban de a tres, como mínimo, cuando se adentraban en la barriada del Príncipe. "¡A mí la Legión!", gritaban cuando se veían en apuros, y cantaban a la muerte; pero Sergio era novio de la vida. Al faltar su padre, él, mayor de cuatro hermanos, enseguida regresó para ayudar a la familia. Ayudar ha sido siempre su divisa.

La vida de civil la pasó con más pena que gloria. Trabajó en una empresa de decoración en Avilés, pero nunca se interesó por el dinero. Tampoco quiso establecerse por su cuenta. Era un soldado. Un buen soldado. Un defensor de la igualdad, de la ley, y de los desamparados. Un buen vasallo, a pesar de no haber tenido nunca un buen señor.

Sí tuvo, todavía tiene, una buena señora; un doña Jimena que se llama Aurora, y que, además de vestir de azul el firmamento vistió de luz su vida. La conoció cuando niña. Siempre estuvieron juntos.

Sergio ya está jubilado. Regresó a su antigua casa de Meaus. Cuidó de su madre hasta su muerte. Removió cielo y tierra (Obispado y Diputación de Ourense) hasta recaudar fondos para arreglar el techo de la Iglesia. Humilde donde los haya, "home de acordo", solo se permitió el reconocimiento de sus vecinos cuando lo eligieron juez del "Couto Mixto". Sergio -"Sergito" para quien lo haya tratado-, hombre de armas tomar y pelo en pecho, es un auténtico titán. Sobre todo cuando se trata de ayudar al prójimo:

Va de lunes a viernes a Verín, donde Aurora aún ejerce de médico. Desde hace cuatro años acude cada día al Hogar Santa María, para ayudar a servir la comida a los 150 ancianos que allí habitan. La tía de Sergio estuvo allí internada; él iba a darle el desayuno, la comida y la cena cada día; su tía falleció, pero él ya no fue capaz de abandonar a aquella gente. Sor Luz, Sor Leonor y las 14 monjitas que trabajan en la residencia lo tienen en gran estima, "da igual que sea lunes o domingo, si lo necesitamos él se acerca". Sergio reconoce que si un día no acude a la residencia "le falta algo". Participa con los ancianos en sus tertulias, escucha sus historias, juega con ellos a las cartas, los lleva de excursión, "los pongo a todos en formación –dice entre risas-, no se me pierde ni uno".

Sergio Álvarez y Álvarez, "el que va a la residencia", mirada al frente, sonrisa amable, corazón de héroe.n

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