Opinión

Lenguaje feminista y lenguaje del Tercer Reich

En 1947, apenas dos años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, Victor Klemperer publicó una obra titulada «LTI: La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo» («LTI» es la sigla de Lingua Tertii Imperii [Lengua del Tercer Imperio]).

Klemperer era catedrático de literatura francesa en la Universidad de Dresde. Con el advenimiento del Hitler al poder fue depurado de la cátedra, expulsado de su casa y obligado a trabajar en fábricas; al tiempo que se le prohibía acceder a las bibliotecas. Se salvó de la deportación a un campo de concentración porque su mujer era «aria».

En los primeros años del régimen totalitario hitleriano rehuía todo tipo de propaganda nazi, ya se tratase de periódicos, panfletos, libros, carteles o emisoras de radio; dedicándose a su trabajo e investigaciones. Sin embargo, cuando debido a las múltiples restricciones que se le impusieron no pudo ejercer su profesión, decidió ocuparse del estudio de la lengua de su época. Sus conclusiones son rigurosas y muy interesantes para la nuestra.

Así, nos muestra cómo la ideología nacionalsocialista se imbuía en las masas a través del lenguaje, para de esta forma moldear su pensamiento. Una de las principales estrategias de adoctrinamiento consistía en utilizar palabras aisladas, expresiones y estructuras sintácticas que se repetían millones de veces para que la gente las considerara propias y las adoptara de manera mecánica e inconsciente. De este modo, de lenguaje de grupo, la lengua del Tercer Reich pasó a ser el lenguaje del pueblo. Su germen se halla en Mi lucha, de Adolf Hitler, de donde se difundió al «Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán» (NSDAP), y de este -a lo largo de los doce años que se mantuvo en el poder- a toda la sociedad.

Si en la actualidad aplicamos el método de investigación empleado por Klemperer en su estudio del alemán de la época nazi, a las modificaciones que desde el feminismo se están introduciendo en la lengua española, encontraremos las mismas técnicas y los mismos objetivos que descubrió el autor judío. Concluiremos, también, que igual de justas y necesarias estimaba «El Movimiento» nacionalsocialista sus medidas lingüísticas como hoy en día el movimiento feminista estima las suyas.

Tomando como referencia la «Guía de lenguaje no sexista» de la «Universidad Nacional de Educación a Distancia» (UNED), comprobamos que las «Reglas de uso del lenguaje no sexista» se justifican para evitar el «sexismo lingüístico», entendido como «el uso discriminatorio del lenguaje por razón de sexo».

No obstante, más allá de la ideología que los motiva, no definen los redactores de esta guía qué entienden por uso discriminatorio del lenguaje, ni reconocen que una de las funciones de toda lengua es, precisamente, discriminar: entre lo masculino y lo femenino, entre lo grande y lo pequeño, entre lo bueno y lo malo… De la misma manera que en el plano social es cometido de los cabellos largos, de las blusas y de los pendientes distinguir entre hombres y mujeres; y en el aspecto biológico nos diferencian el timbre de voz, el tamaño de las mamas o el ancho de las caderas. Por otra parte, resulta inasumible que utilizar de forma correcta la gramática y la semántica de la lengua castellana conlleve, de uno u otro modo, una discriminación sexual inaceptable desde la perspectiva de la Ética.

La regla central de la guía de la UNED, y de otras similares, es evitar «el uso innecesario o abusivo del masculino genérico». Pero ¿quién establece cuándo y por qué la utilización del masculino genérico es abusiva o innecesaria? ¿La ideología de género o la libre evolución de la lengua y la autonomía de la voluntad del individuo que la emplea?

Las fórmulas recomendadas para eludir el uso no marcado del masculino son siempre las mismas: en lugar de «El solicitante», «Las personas solicitantes»; en vez de «Los candidatos», «Las personas candidatas»; «Las personas responsables» en sustitución de «El responsable», y así indefinidamente. Pudiendo ocurrir que mañana surja otra ideología con idéntica ambición y medios para imponer su manipulación lingüística, cuya propuesta sea impedir el empleo del singular y el plural de, pongamos por caso, la palabra «persona» -por entender que al ser de género femenino no incluye a los hombres- y su sustitución por el neologismo «persono» (los «personos» solicitantes; los «personos» candidatos, etcétera). 

Para finalizar, conviene no olvidar ni pasar por alto que, en esta cuestión, el objetivo sociolingüístico último de las ideólogas -y de los ideólogos- del feminismo no es desdoblar los géneros, sino reemplazar el uso del masculino genérico por el femenino para designar a ambos sexos; práctica utilizada cada día con mayor insistencia en el ámbito universitario y en el político. Es decir, el viejísimo «quítate tú que me pongo yo».

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