Woody
No contento con participar, a través de una conexión de vídeo, en el Festival Internacional de Cine de Moscú y mostrarse dispuesto a rodar una película en Rusia, Woody Allen reconoce ahora su amistad y cenas compartidas con “el encantador y afable” Jeffrey Epstein, ya saben, el pederasta también compinche del príncipe Andrés de Inglaterra o el todopoderoso Donald Trump. Reuniones que incluían a premios Nobel y “otros personajes ilustres” si bien, a juicio del cineasta, los menús y bebidas dejaran bastante que desear hasta el punto de que Soon-Yi, esposa de Allen, le pusiera remedio sugiriendo mejoras al anfitrión. La entrevista donde el director cuenta los pormenores de estos encuentros, circula estos días en los suplementos dominicales, por lo que les ahorro los detalles “fascinantes” de los mismos.
De Woody Allen, que está a punto de cumplir 90 años y promociona su primera novela, “¿Qué pasa con Baum?”, uno ya no espera nada porque nos lo ha dado todo. Pocos creadores, en el mundo del cine, han sido capaces de hacernos sonreír y reír con tanta constancia a lo largo de las más de 50 películas de su filmografía. En los últimos años, el autor de “Manhattan”, donde por cierto su personaje se enamora de una chica de 17 años, infinitamente más madura que él, ha frecuentado los titulares de las noticias por sus choques con la moral imperante, cada vez más estrecha, antes que por sus nuevas películas. Y a pesar de ello, estos trabajos de senectud mantienen, aunque desvaído, el aroma de siempre, la chispa del romanticismo y el ingenio eternos de su autor. A Woody Allen le debemos, varias generaciones, un modo peculiar de dirigir y de interpretar el amor y los líos en la pareja. Un muestrario de antihéroes, inseguros, paranoicos, ansiosos y alienados ha desfilado en sus películas, sin excluir constantes ocurrencias sobre el sexo, la muerte o la existencia de Dios. De lo angustiosamente aborrecible a lo sencillamente maravilloso, el mundo, las relaciones y reacciones humanas, ha sido el material que Allen nos ha mostrado en sus películas.
El crítico Carlos Boyero ha señalado como sus preferidas “Annie Hall”, “Zelig”, “Delitos y faltas”, “Balas sobre Broadway” o “Match Point”. Todas ellas son pequeñas filigranas perfectamente elaboradas que encierran múltiples trucos, reflexiones, bromas, soliloquios, diálogos y silencios llenos de ingenio, de vida y de interrogantes, casi siempre resueltos con una sutil propuesta final de esperanza. En la senda de Chaplin, Buster Keaton y Billy Wilder, Woody Allen dejará una huella de inteligencia y sensibilidad, apenas menoscabada en estos sus últimos años, capaz de sortear una odiosa campaña de cancelación por parte de los habituales y renovados Torquemadas de la ética y la moral del momento.
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