Sordos, mudos, ciegos

Publicado: 26 oct 2024 - 03:53

Todo es –incluyendo la propia carta en la que el interfecto se despide, un mensaje escrito en lenguaje falsamente intelectual y premeditadamente críptico para tratar de disimular motivos y consecuencias de su decisión- muy oscuro en esta fuga de la política activa escenificada por Íñigo Errejón, que el jueves pareció sorprender con su despedida no solo a la cofradía parlamentaria sino también a la mayor parte de los especialistas en periodismo político a juzgar por las explicaciones de muchos de ellos, -Cristina Pardo sin ir más lejos que presume de tener acceso a fuentes de muy alta gama y muy fidedignas- Errejón se marcha básicamente porque se ha dado cuenta de que conviven dos personalidades distintas en su cuerpo. Olvida añadir que una de ellas es la de un representante político y la otra de la de un depredador que nada tiene que ver con su postura pública de joven político de izquierda radical, feminista y comprometido, portavoz además de un partido político en el Congreso, un cargo que impresiona mucho.

Elisa Mouliaá es una actriz joven –compañera de colegio por cierto del que esto escribe- que se ha personado en una comisaría para denunciar los abusos que sufrió cuando, en el curso de una fiesta en la que Errejón se apuntó de matute, se encerró con ella en un dormitorio, cruzó el pestillo, le arrancó la ropa y sacó a pasear el miembro viril. El enigma de mayor rango en esta catarata de disparates es que, fechada esta situación escalofriante en 2023, la actriz ha esperado un año para cursar la denuncia. La sospecha creciente sugiere que todo el mundo –compañeros de partido, parlamentarios, periodistas, y estamento social consiguiente- sabía de los ocultos hábitos de Íñigo Errejón, tan radicalmente contrarios a los presupuestos políticos que en público defendía, y nadie dijo nada hasta que la mierda ha llegado al ventilador y lo ha puesto todo perdido.

Entre la clase de tropa comienza a cundir la creencia de que la clase política nacional vive en una burbuja inflada de prebendas y privilegios que permite a sus componentes suponer que están por encima del resto, que todo vale y todo les es permitido. Ganan una fortuna, perciben dietas y complementos, viajan y conocen, disfrutan de un régimen de cotización propio, obtienen un retiro generoso y específico y, evidentemente, se mueven en un mundo propio e idílico del que no hay que dar cuentas. Y así pasa lo que pasa. Y claro, todos callan y nadie dimite.

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