Siete años de descrédito. Ni un día más, por favor
A mí no me sorprende nada de Pedro Sánchez... Y claro es que yo he visto a Pedro Sánchez dar orden de coger una urna, meterla detrás de un biombo para cambiar el resultado de una votación, en aquel famoso comité federal...” Lo ha dicho Tomás Gómez, ex alcalde de Parla y ex secretario general del PSOE. Sí, sí. Así está el PSOE de Sánchez. Mañana se cumplen siete años de la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa. Aquel 2 de junio de 2018, el secretario general del PSOE tomaba posesión como presidente del Gobierno tras haber encabezado una moción de censura contra su predecesor, Mariano Rajoy, utilizando la lucha contra la corrupción como bandera. Su número dos, José Luis Ábalos, había ido más lejos en su discurso durante el debate de la moción de censura, afirmando que “los españoles no podemos tolerar la corrupción ni la indecencia como si fuera algo normal. No podemos normalizar la corrupción en nuestras vidas ni en las instituciones”.
En cuestión de semanas pasaron de no tolerar la corrupción y la indecencia a practicarlas hasta el hartazgo
Los casos Gürtel y Bárcenas, fueron los principales argumentos esgrimidos por Sánchez y Ábalos en aquella cruzada contra la corrupción que como se ha visto con el paso del tiempo, tuvo los días muy contados. En cuestión de semanas pasaron de no tolerar la corrupción y la indecencia a practicarlas hasta el hartazgo. Las informaciones publicadas en los últimos meses a partir de las investigaciones de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil señalan que ya en 2019 Jessica Rodríguez, pareja de Ábalos, tenía un piso de 2.700 euros al mes que pagaba Víctor de Aldama y que en 2020 corrieron centenares de miles de euros en comisiones por la venta de mascarillas a organismos y departamentos dependientes de Transportes y otros ministerios. La compañera sentimental de Ábalos no solo se benefició de un piso en pleno centro de Madrid con dinero ajeno (ajeno a ella y a Ábalos), también de un sueldo con cargo dos empresas públicas dependientes del ministerio que dirigía su pareja, sin tener que pasar por el trance de ganarlo yendo a trabajar.
El tiempo ha demostrado que Ábalos y sus satélites no son los únicos que se encuentran en el foco de la UCO y de los tribunales. La lista de investigados se ha extendido a un subsecretario de Transportes, una presidenta de Adif, el Fiscal General del Estado y así hasta casi llegar a la treintena de personas. Habría que viajar en el tiempo treinta años atrás para encontrarnos una situación tan escandalosa, cuando bajo otro gobierno socialista acabaron en la cárcel el director general de la Guardia Civil, el gobernador del Banco de España y la directora general del Boletín Oficial del Estado. Pero la diferencia de la actualidad respecto de aquella primera mitad de la década de 1990, es que la sombra de la corrupción ha llegado a la mismísima Moncloa, con el hermano y la esposa del presidente investigados por diferentes delitos, y al propio Pedro Sánchez salpicado por unos wasaps que se cruzó con Ábalos antes y después de su imputación.
La corrupción y la indecencia que Sánchez prometió combatir se ha convertido en el pan de cada día en una España en la que mientras el presidente parece inasequible al pudor y el sonrojo por todo cuanto lo rodea, nos despertamos cada mañana con un nuevo escándalo, el más reciente, el de una militante socialista que se adentra en las cloacas más pestilentes para buscar trapos sucios de quienes investigan a los allegados al presidente a cambio de tratos de favor por parte de la fiscalía y así desprestigiar o, quién sabe, si chantajear a los responsables de los informes con los que se instruyen dichas investigaciones.
Ha convertido el Parlamento en un lodazal en el que la actuación política carece de credibilidad
Hace pocos días quien fuera secretario general del PSOE de Madrid, Tomás Gómez, calificó a Sánchez como “alguien dispuesto a todo, sin límites morales ni principios ideológicos, cuyo único objetivo es conservar el poder, sin que importe cómo ni para qué”. Podría parecer la afirmación vengativa, consecuencia del cese con el que lo fulminó Sánchez por una causa que luego fue archivada. Pero lo cierto es que define muy bien a un personaje que ha demostrado un gran cinismo promoviendo un “plan de regeneración democrática” consistente en perseguir a quienes le critican, que desprestigia a jueces cuando no le resultan propicios, ha convertido el Parlamento en un lodazal en el que la actuación política carece de credibilidad y ahora, por lo que se ve y se oye (porque está grabado), intenta llevar ese mismo descrédito a la UCO, y escapa en constantes viajes de la realidad que lo cerca.
No se cumplen siete años de la decencia que prometía cuando asaltó el Palacio de la Moncloa, sino siete años de vergüenza y descrédito
Mañana se cumplen siete años de Sánchez en la Moncloa. Que son siete años en los que los tres poderes, ejecutivo, legislativo y judicial han perdido independencia y prestigio. Siete años en los que el poder ejecutivo horada, o lo intenta, la imagen de cualquier institución de las que sostienen nuestro sistema democrático que perjudique su interés de sobrevivir en el Gobierno a costa de todo. No se cumplen siete años de la decencia que prometía cuando asaltó el Palacio de la Moncloa, sino siete años de vergüenza y descrédito, en los que Sánchez, como un Atila, ha dejado la política convertida en un páramo en el que sólo enraizan los extremismos. Sin embargo, España es otra cosa, es un terreno fértil que no puede permitirse un día más de la mortal toxicidad del sanchismo.
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