Julia Navarro
Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces
Rafael del Pino Calvo Sotelo es, según manifiestan personas que conocen al presidente ejecutivo de Ferrovial, una persona casi como cualquier otra. Casi digo, salvo por el pequeño detalle de que es la tercera fortuna del país y uno de los hombres más ricos de Europa. Madrileño de sesenta y cuatro años, bachiller por el colegio del Pilar, e ingeniero de Caminos por la Escuela Politécnica de Madrid, su fortuna personal puede rondar los cuatro mil millones de euros. Pero no es en absoluto uno de tantos hijos de papá que no ha dado golpe. Comenzó su andadura en la empresa que fundó su padre, trabajando en Libia tras un tiempo de formación en Inglaterra y Estados Unidos, y desarrolló un largo periodo de acomodación a la empresa ascendiendo paulatinamente peldaños en el organigrama hasta que le correspondió ocupar la cúpula tras el fallecimiento del fundador. Es el segundo de una familia de cinco hijos. La mayor es su hermana.
Sobrino del que fue ministro y ex presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, es un hombre discreto y poco amigo de comparecencias públicas, y no tiene que se conozcan ni afán de protagonismo ni gusto por placeres disparatados. El año último percibió como retribución personal, 5,1 millones de euros, desglosada en sueldo, incentivos, dividendos accionariales y otros conceptos como primas por objetivos profesionales. Es, en efecto, un señor casi normal pero multimillonario.
Pero en contra del sorprendente fuego graneado al que le está sometiendo el Gobierno olvidando que Ferrovial es una empresa privada que elige legítimamente los emplazamientos en los que quiere asentarse, Del Pino no se ha planteado mudarse de residencia fiscal. Es cierto que sí lo hará la empresa que dirige y que busca como es su derecho, lugares propicios para consolidar su línea de negocio, –Ferrovial desarrolla el 80% de su producción en el exterior- pero su presidente ejecutivo y su fortuna personal seguirán tributando en España sin plantearse la búsqueda de situaciones fiscales más favorables. Otra cosa son sus sintonías con un gabinete cuya ministra Belarra ha requerido la presencia de cámaras en su despacho para criminalizar a los empresarios en la televisión pública que usa como si fuera el ordenador de su casa. Por eso pasan esas cosas que pasan y por eso a Del Pino la ministra no le cae simpática.
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