Sanear la democracia
Lo verdaderamente grave de este engendro de falacias y refritos con los que la fontanería de Moncloa intenta cubrir la debilidad de un Gobierno que ya no da para más, es que la sociedad española -columna vertebral de un país ejemplarmente democrático en todas sus instituciones y comportamientos- lo fomente, lo tolere y lo asuma. Ese plan que Sánchez y sus leales tratan de imponer y que han titulado pomposamente como “Acción democrática”, no es otra cosa que un intento desesperado de controlar a los medios de comunicación que no son afines, a los que va a intentar estrangular y perseguir negándoles sustento y arrinconándolos paulatinamente valiéndose para ello de la capacidad que proporcionan los medios del Estado y la abundancia de dinero público. Es la respuesta manipulada y gestionada desde el poder a esa patraña infame que el equipo de fontaneros de Moncloa denominó “la máquina del fango” que la supuesta conjura mediática de ultraderecha puso en marcha a raíz de la imputación de Begoña Díaz, la esposa del presidente de la que el presidente está tan enamorado que, tras adjudicarse un tiempo de reflexión tan improcedente como ridículo, no ha dudado un momento en apelar a todos los resortes que le proporciona su condición de “puto amo” en palabras de su ministro, para defenderla y ponerla a salvo de la acción de la Justicia. Ministerios de Presidencia y Justicia, Fiscalía General, Tribunal Constitucional, Abogacía del Estado, Consejo General del Poder Judicial y Tribunal Supremo han participado en menor o mayor medida en esta operación de salvamento que no ha conseguido fructificar del todo. El asalto siguiente de este odioso operativo deberá consistir en silenciar a los periodistas díscolos y a los medios que no son afines.
La verdadera sustancia de este desmán preparado con el uso de todos los resortes administrativos está aún por definir, pero ya ha manifestado repuntes indignos. Por ejemplo, Podemos pide que los directores de los espacios de debate y opinión en televisión y radio hagan declaración de bienes. Sin embargo, y aunque la opción no prospere, crea un ámbito de desconfianza social que los periodistas no merecemos. Hacía tiempo que en este país no se daba una situación igual. Pero recuerda cada vez más al odiado franquismo.
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