Rosalía y el fiscal cantan misa

Publicado: 12 nov 2025 - 01:15

En este país donde lo sacro y lo experimental conviven en tensión constante, la devoción y la controversia son su respiración. Rosalía lo incendia con su cuarto álbum de estudio uniendo en trece idiomas flamenco, ópera, canto gregoriano y electrónica. Estamos de viaje espiritual y estético, con hilvanes que rompen el pop y dejan rumba del perdón para el fiscal. La catalana pone música en el juicio de Álvaro García Ortiz emergiendo con una popularidad que supera la de la figura institucional.

Ambos son juzgados. Mientras los tribunales se debaten entre acusaciones y estrategias, el público parece tenerlo claro: Rosalía cae mejor y el fiscal incomoda. Carisma, autenticidad y capacidad de reinventarse son valores que la convierten a ella en un fenómeno que trasciende. Y en ese tribunal simbólico de la cultura popular, Rosalía ha ganado el favor del jurado emocional, algo que al fiscal general del estado le llenaría. En este punto él busca conmover porque sabe que los apoyos afectivos hacen de arma universal y el uso del canto gregoriano y la ópera son recursos emocionales, incluso en el silencio.

Lux es una obra que exige escucha activa, sensibilidad y apertura. Como los grandes juicios, divide opiniones, pero deja huella. El pop resuena en la sala de tribunales como algo espiritual sin ser religioso. La tensión es sublime y los públicos se dividen como la imaginería sacra entre los ojos abiertos o los parpados caídos del cristo crucificado. Hay susurros, gritos y respiraciones en el disco y García Ortiz parece dispuesto a practicar el multilingüismo como gesto político y, si es necesario, rezar en japonés, llorar en latín y bailar en flamenco para evitarse inhabilitación de hasta doce años, penas de cuatro a seis de cárcel y, paralelamente, ser juzgado por la opinión pública, que lo observa con la misma atención que a una artista en plena gira mundial. Una plegaria, incluso para los que no rezan, une a los dos protagonistas.

Lo fascinante es que, aunque la crítica se divide, el público parece haber dictado sentencia emocional: Lux conmueve. Y eso, en tiempos de algoritmos y polarización, es más poderoso que cualquier nota de prensa. Mientras los tribunales se debaten entre tecnicismos, el público se entrega a una artista que canta como si orara y provoca como si pensara. A Rosalía, con su carisma transversal, la aplauden más que interpelan al fiscal general del Estado. No por frivolidad, sino porque encarna una figura que conecta con lo simbólico, el sentimiento emocional y lo colectivo, y en tiempos de saturación informativa, eso es trascender. En ese tribunal invisible donde se juzga lo que emociona, Rosalía gana por intensidad en sístole y diástole.

En un país donde la política entrecruza todo ambos están siendo juzgados. Ella, por la crítica musical que debate si Lux es una obra maestra o un exceso conceptual. Él, por un tribunal que debe decidir si hubo delito o solo ruido. En redes, en cafés, en titulares, se habla de ellos con la misma intensidad.

Puede que Álvaro García Ortiz no cante, pero está siendo escuchado. Su juicio no solo dirime una cuestión legal, sino también una cuestión simbólica, como Rosalía, ha dejado de ser solo lo que hace, para convertirse en lo que representa.

Y en ese escenario compartido, donde la toga y el micrófono se cruzan, el fiscal empieza a sonar como una estrella pop. No porque cante, sino porque representa. Como Rosalía.

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