Prostitución y política
Hay algo que no comprenden los moralistas de la izquierda radical ni los de la extrema derecha, tan parecidos entre sí: la prostitución, como la producción de pornografía, es una actividad económica absolutamente legítima. Prohibir este oficio sólo encarece el precio de sus servicios, perjudicando por el camino a las personas que le ejercen, a sus clientes, a los intermediarios y a la salud pública. Lo que necesitamos es dejarnos de moralismos insidiosos y regular con sensatez la profesión. Lo que más enciende la sangre de cualquier persona que ame la Libertad individual (y la económica) es el puritanismo ridículo, victoriano y fuera de lugar en nuestro tiempo. Ese moralismo ofende a la razón y al incuestionable derecho fundamental e inalienable que todo ser humano tiene a hacer cuanto le plazca con su propio cuerpo y con su sexualidad. ¡Faltaría más! Lo que sí se debe combatir con dureza es la imposición, la obligación, la violación, el secuestro de personas para forzarlas a prostituirse. Eso, por supuesto, sí merece todo el desprecio y el mayor reproche penal, y justifica el gasto policial para combatirlo. La ley no debe jamás (¡jamás!) inducir un determinado marco moral de relaciones entre las personas, pues éstas son adultas y libres de relacionarse como les dé la gana, mediando dinero o sin mediar. Lo que la ley debe proteger es la libertad de todos, y desde luego la que aquellas personas que, sin desearlo, se vean obligadas a ejercer este oficio que, además, entraña riesgos relevantes. Pero en ausencia de tal situación, la prostitución es un derecho de quien la ejerce. Forma parte de su libertad económica. Todo trabajo físico es lícito. ¿En qué se diferencia fregar suelos a cambio de dinero, o cargar cajas en el puerto a cambio de dinero, de mantener relaciones sexuales cambio de dinero? Sólo se diferencia en la parte del cuerpo empleada para prestar el servicio. Y el Estado, ya sea azuzado por los lobbies religiosos o por los lobbies feministas, no es quien para entrometerse en lo que cada cual haga o deje de hacer con su principalísima propiedad privada: su cuerpo.
Mucho más honorables son las prostitutas y los prostitutos que la élite política “biempensante” que recorta su fuente de ingresos, destruye su medio de vida y les condena a ejercer el oficio en condiciones de clandestinidad, con miedo a la policía y con temor al sometimiento y a los abusos de las mafias. La ilegalización no resuelve nada, por supuesto: sólo agrava la situación de infinidad de personas: las más vulnerables. Es entendible que la ultraderecha haya caído en esta persecución infame, porque es consustancial a su modelo de comunidad política, basado en la ingeniería social orientada a imponer un determinado conjunto de valores con absoluto desprecio de la libertad. Más chocante resulta que, de un tiempo a esta parte, también la izquierda, sobre todo la más radical, haya caído en la misma trampa intelectual. A fin de cuentas, la ultraizquierda es una especie de religión laica, así que en el fondo no debería sorprendernos que se dedique ahora a establecer, también ella, modelos de comunidad política igualmente basados en la ingeniería social orientada a imponer un determinado conjunto de valores (no muy distinto del de la ultraderecha), y también con absoluto desprecio de la Libertad. Lo más delirante es que esa izquierda emplea ahora la palabra “abolición” para referirse a la erradicación (imposible, pero anhelada) de la prostitución. ¿Cómo pueden tener tanta desvergüenza? ¿”Abolición”, dicen? La abolición consiste precisamente en lo contrario: en derogar un conjunto de leyes que establecen un liberticidio. “Abolir” no es imponer nuevas leyes para impedir a las personas hacer lo que quieran. La ultraizquierda emplea este término por sus resonancias con la abolición de la esclavitud. Una abolición, por cierto, que fue en todo el mundo obra de liberales, y que fue inicialmente combatida por los sindicatos, ya que liberar a los esclavos ampliaba la competencia por los puestos de trabajo, en detrimento del trabajador blanco. Esa misma izquierda viene ahora decirle a los hombres y mujeres que ejercen la prostitución que no, que no pueden, que es “inmoral”, que no se ajusta a su manual de cómo tiene que ser la sociedad, y que, cómo no, el lucro es malo per se: uno puede dar un riñón pero ha de ser a cambio de nada, y si se legaliza la gestación subrogada tiene que ser “altruista”, y respecto al sexo lo mismo. Nada de lucrarse, que el lucro es pérfido… Pues no, lo perverso es intentar someter, controlar o erradicar los intercambios libres y soberanos de bienes y servicios, y en este caso se trata de un servicio físico cuerpo a cuerpo, no muy distinto, con todo respeto, del de un masajista, un fisio u otros profesionales. ¿Qué le pasa a la izquierda con el sexo, de pronto? ¿Habrá que volver a cruzar la frontera para ver películas “verdes”? Qué gente. Y encima hipócritas, porque después cada trama de corrupción destapa servicios sexuales. Hay que dejarse de moralismos. Hay que normalizar y regular el oficio de una dichosa vez.
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