La prensa, un servicio público vampirizado

Publicado: 01 dic 2024 - 05:47 Actualizado: 10 dic 2024 - 09:03

La prensa, un servicio público vampirizado
La prensa, un servicio público vampirizado

El pasado martes se celebró en un juzgado de Madrid la audiencia previa tras la demanda presentada por los editores de prensa españoles contra Meta por competencia desleal. El juicio será en octubre del año que viene y el enjuiciado es una práctica abusiva que vulnera los derechos de millones personas mercadeando con sus datos -con sus vidas habría que decir- para obtener ventajas a la hora de comercializar su publicidad. Meta es el gigante tecnológico que está detrás de redes sociales como Instagram, Facebook y WhatsApp. Es precisamente en estas redes donde pesca la información de sus usuarios, construye una posición de privilegio e infringe la legislación comunitaria para obtener ventajas competitivas frente a una prensa en muchos casos centenaria, condenada a lidiar con innumerables adversarios como la censura, las crisis económicas o las exigentes transformaciones tecnológicas. Es la historia de David contra Goliat, un Goliat que se esconde bajo los nombres comerciales de Google, Meta o Amazon, titanes que devoran a clientes y socios tras utilizarlos, estafarlos y despojarlos de sus identidades y sus negocios. O los gobiernos toman la decisión de despiezar las actividades empresariales de estas tecnológicas o serán ellas las que acaben gobernando los países.

Es en medio de este exigente paisaje en el que se ve abocada a sobrevivir la prensa. Ni la pelea es justa ni los objetivos son los mismos. Donde Meta busca medrar en beneficios vendiendo a sus usuarios, la prensa pelea por el compromiso de blindar a los ciudadanos ofreciéndoles información veraz, contrastada, de proximidad.

Los periódicos, tal vez porque fueron los primeros en lanzarse a la aventura, son desde siempre la referencia informativa de la sociedad y la plataforma para la expresión de opiniones y reivindicaciones colectivas. El esfuerzo que tal labor representa se ve constantemente pisoteado en las redes sociales que se nutren de esas informaciones, pirateándolas la mayoría de las veces, vulnerando derechos de autor y utilizando el trabajo de periodistas y editores para generar contenidos que eleven sus audiencias y las cuentas de resultados de advenedizos habitualmente con intereses espúreos. Este juego sucio está alentado por las estrategias de grandes corporaciones como Google o Microsoft, armados con algoritmos en sus respectivos motores de búsqueda. Con ellos orientan y manipulan las consultas de los usuarios en busca de los resultados más lucrativos y afines a sus intereses. Y el veloz desarrollo de sistemas de inteligencia artificial como Chat GPT o Copilot abunda en este saqueo, seleccionando, copiando y pegando información que recogen de los periódicos para acomodarla a sus intereses.

Pero no es este el primer caso de competencia desleal, de vulneración de derechos que vienen sufriendo las redacciones de los periódicos y, con ellos, sus lectores. No hace falta más que encender la radio o la televisión para comprobarlo. Muchas emisoras que carecen de redacciones rellenan sus espacios informativos, especialmente los locales, leyendo las noticias de los periódicos que llegan a sus mesas por las mañanas. Un plagio que se extiende hasta pequeñas gacetillas y las agendas del día. Lamentablemente, el fenómeno se repite también en canales de televisión, que planifican sus informativos y reportajes sobre el terreno yendo tras las pistas y la información publicada por los periódicos. La prensa, sustentada por potentes y profesionalizadas redacciones, es la fuente primaria de información para muchos otros medios, pero se la priva en muchas ocasiones incluso del derecho moral más elemental, cual es citar la fuente y reconocer el trabajo diario de los periodistas. La prensa local, con sus más modestos pero mejor afinados recursos, llega hasta donde otros medios, algunos incluso con recursos casi ilimitados, no podrían llegar nunca. De ahí que sean los rotativos, por su cercanía con el lector, los que mejor navegan en la crisis de modelo que vive un sector vampirizado por esos monstruos tecnológicos dotados de eficaces redes de captación y expolio.

Podríamos convenir que las redes sociales constituyen una herramienta útil, pero en absoluto son equiparables a los medios de comunicación dotados de profesionales de la información. Muy al contrario, se han convertido en el gran monstruo de la desinformación mundial. Las “fake news”, los bulos, las campañas de odio, xenofobia y racismo, se gestan y se propagan a través de ellas. Son la verdadera máquina del fango. Sin embargo, vemos cómo los políticos, comenzando por el propio presidente del Gobierno español, recurren a las redes sociales antes que a ningún otro medio, para avanzar primicias, manifestar sus opiniones, criticar a sus adversarios e incluso hacerse eco de informaciones que luego se demuestra que no estaban contrastadas. La “bulosfera”, que Sánchez criticaba en su Plan de Regeneración Democrática de hace poco más de dos meses, sigue siendo su medio de expresión. No hay más que seguir su cuenta en X, antes Twitter, o la de sus ministros y otros muchos políticos.

La demanda de los editores de prensa contra Meta, con ser un juicio de gran trascendencia, se queda en una simple anécdota, comparada con el desamparo institucional al que se enfrentan los periódicos, por más que sean líderes incontestables de audiencia en sus territorios. La defensa de la prensa es la defensa del derecho a una información en libertad, próxima al ciudadano, de servicio público. Esta defensa debería materializarse desde los poderes públicos y con medidas concretas.

Del mismo modo que hay planes para el fomento de la lectura que comienza en la infancia, se echa de menos campañas orientadas a que el periódico sea una herramienta educativa, de ciudadanía, en los centros escolares que ayude a discernir a las generaciones más jóvenes lo que es una información contrastada de lo que es un bulo que llega de manera anónima. Un lector de periódicos es un ciudadano informado y crítico.Y un periódico es esencial para defender la identidad de una comunidad. Nadie como el periódico que un lector elige leer cada mañana refleja la diversidad de la comunidad en la que vive y de sus singulares preocupaciones. Nadie como el periodista censado en el lugar de residencia del lector puede informar de las historias y personas con las que conviven. Una sociedad sin periodismo de cercanía es una sociedad sin valedores que camina hacia la insignificancia. La Comisión Europea lanzó en diciembre de 2020 un plan de acción destinado a revitalizar los medios de comunicación, heridos por la pandemia. “Se prestará especial atención a los medios de comunicación locales”, rezaba el argumentario. Cuatro años después, ni plan ni acción. Este discurso vacuo es el reflejo de un modus operandi de gobernar, en Europa y en España, que parece empeñado en cargarse la pluralidad informativa. Así como en otros momentos han salido al rescate de sectores en crisis como la automoción, la banca, la agricultura, la pesca... nunca se han preocupado por garantizar una actividad estratégica, la de la información diversa y de calidad, en la que están comprometidos miles de trabajadores. Este desamparo de los gobiernos mina uno de los pilares de la libertad y de la democracia y, por contra, fomenta la tóxica pero fácilmente manipulable y teledirigible actividad de las redes sociales.

La buena noticia es que la prensa sigue aquí para contarlo.

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