La pesadilla distópica en ciernes

Publicado: 31 ago 2025 - 03:30

Las ideologías participantes en el sistema político conocido como democracia liberal, desde los socialdemócratas hasta los conservadores democráticos a la inglesa, pasando por liberales, democristianos a la italiana o a la alemana, ecologistas y otros partidos temáticos, y regionalistas-nacionalistas diversos, coinciden todos en aceptar los consensos básicos y las reglas del juego. La primera y principal es el pluralismo, que conlleva la obligación de admitir que otros, con ideas fuertemente opuestas a las propias, pueden perfectamente sustituirle a uno tras una elección. La democracia que los politólogos adjetivan de liberal es la democracia plena. Afirma el poder (“kratos”) de la sociedad en su conjunto, completa, es decir, del “demos”). La democracia así entendida no es el poder de la mayoría. Esa pretensión liberticida, que oprime a los individuos e incluso a las agrupaciones minoritarias de éstos, es propia de quienes, en los márgenes del sistema, aspiran a llegar al poder a través suyo para después sustituirlo o, como mínimo, distorsionarlo. Los populistas y totalitarios de izquierdas y de derechas siempre buscan, tras alcanzar suficiente volumen y fuerza en el sistema democrático, “simplificarlo” y pasar del pluralismo a los bloques excluyentes (ellos vs nosotros), y de la supremacía del individuo libre a la del grupo étnico, nacional o religioso que ellos representan o creen representar, o aspiran a representar. Los extremistas que descreen de la democracia liberal la perciben como una jaula de grillos, un casino en el que las minorías se alían y socavan el supuesto derecho de la mayoría a imponer su voluntad a todos. En el colmo del desparpajo, algunos de estos populistas sacan pecho y dicen que esa es la democracia verdadera, y Viktor Orbán la bautizó en 2014 como “democracia iliberal” conducente a lo que idealiza como “Estado iliberal”. Es correcto el adjetivo, nada hay más iliberal que su propuesta. Esa democracia autoritaria, conducida por y para una masa mayoritaria con capacidad de bullying y ninguneo sobre todos sus críticos y discrepantes, es exactamente lo opuesto a la democracia liberal, destilada durante tres siglos y enraizada en la Ilustración y en los valores del liberalismo clásico comúnmente aceptados hoy por todos los demócratas. Al impulsar su “democracia iliberal”, Orbán (igual que Le Pen, Trump o Abascal) se sitúa fuera del consenso general, fuera del contraste civilizado de opciones en competencia, fuera del marco cultural que Occidente se dio desde el siglo XVIII y que nos hizo pasar en tres siglos de la oscuridad más siniestra a la luz del desarrollo, y de la tiranía a los marcos de gobernanza social menos invasivos que la humanidad ha conocido (los cuales, sin embargo, siguen siéndolo en exceso).

Por todo ello, aunque sea comprensible que los ultras abracen el paradigma “iliberal” o “postliberal”, resultan en cambio incomprensible que algunos liberales o libertarios, anteponiéndose generalmente el prefijo “páleo”, caigan en la trampa del llamado “fusionismo”, es decir, de aliarse de forma estructural con la nueva derecha radical, ex-democrática, seducida hoy por la idea de un cambio de sistema que deshaga las conquistas del individualismo. Para los amantes de la libertad, no puede haber peor negocio que hibridarse con ese espantoso caballo de Troya. En todo Occidente, su auge se ha debido sobre todo al impulso tecnológico y financiero del régimen ruso. Los páleos mienten cuando dicen que la alianza con los hiperconservadores postdemocráticos es temporal o táctica: saben perfectamente que el poder que éstos reclaman va en detrimento del plan liberal-libertario de desestatización. Algunos de quienes se han desviado del libertarismo, como Hans-Hermann Hoppe, tienen la osadía de reclamar que el Estado, mientras exista, facilite el conservadurismo social y cultural porque “eso es lo que habría si no hubiera Estado”. Por supuesto, esa teoría hace aguas y no pueden aportar prueba alguna. La rigidez de las inercias tradicionalistas siempre se debió al control del Estado (ya fuera en su forma actual o en las anteriores, incluyendo las de tipo feudal y clerical). El liberalismo clásico puso fin a los restos de ese modelo liberando a los individuos y a sus agrupaciones minoritarias de todo tipo, en unas sociedades modernas de carácter plural y con Estados menos intervencionistas en cuanto a los valores predominantes. Pero llega ahora otra amenaza aún peor que la de los “páleos”, y es la de los hiper-tecnófilos, también llamados “tecnobrós” que sueñan con un gobierno automatizado mediante inteligencia artificial, la cual por arte de magia será neutral y no obedecerá a intereses de parte, ni tampoco a los intereses propios que desarrolle sola. Es la expresión más actual y más temible del extremo pesimismo antropológico que caracteriza a toda esta gente. Ya ni siquiera les sirve un “hombre fuerte” que ponga orden y mande con tino… ahora quieren un poder central impersonal y omnipotente que nos meta en vereda. Es una pesadilla distópica digna de Hollywood. Y se está propagando.

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