Las niñas de Jaén

Publicado: 04 dic 2025 - 01:35

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Opinión. | Atlántico

La turbación que entre familiares y amigos genera un suicidio, teñida siempre de un vago pero lacerante sentimiento de culpa, se convierte en otra cosa cuando el suicidio trasciende de ese ámbito limitado y las conjeturas sobre sus causas se expanden y multiplican en los medios de comunicación. Policías, psiquiatras, periodistas, profesores o contertulios para todo tratan entonces de expresar lo inexpresable, el pasmo ante la muerte auto-infligida, pero si ésta, además, es doble, si se trata de la de dos niñas que se ahorcan juntas cogidas de la mano, la turbación se banaliza pues deviene en un intento inconsciente de atenuar la sensación de culpa colectiva.

De alguna manera, todos sentimos en lo más íntimo que podíamos haber evitado esas muertes. Es más; pudiera ocurrir que la vida nos colocara en la situación concreta de evitar alguna, la de alguien próximo a quien la larva de una desesperación oculta le va devorando en silencio, y no saber o no poder evitarla. Los psicólogos dicen que los vivos deben alejar de sí el sentimiento de culpa ante al suicidio, pero ¿cómo alejar esa sombra frente a la muerte de dos niñas que, juntas y solas en la tenebrosa noche un parque urbano, se cuelgan de la rama de un árbol con las manos enlazadas?

La Policía busca en los móviles de las niñas suicidas de Jaén pistas sobre esa muerte a dos. Los adolescentes, como se sabe, viven en los móviles, en internet, en las redes sociales, así es que se supone que en esa vida virtual que no es propiamente vida se hallará la explicación del insoportable suceso. Entre tanto, las hipótesis más innecesarias, pues ya están muertas, pueblan la calle y los magazines, y la más ajustada a la realidad tal vez sea la de los padres de una de las infortunadas chicas: la existencia de algún inductor del doble suicidio. Sospechan que alguien o algo las condujo a ese lugar del que no han de volver, y lo más probable es que ese algo inductor sea, para criaturas en esa complejísima edad, 15 y 16 años, la suplantación de la vida por esa otra de pantallas y vacío que no es vida propiamente.

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