Opinión

La vergüenza y lo sublime

Finalmente la profecía que en su día enunció Gary Lineker de que el fútbol era un deporte en el que jugaban 11 contra 11 y que al final siempre ganaba Alemania, se ha vuelto a cumplir. Fútbol es fútbol.
No importa quien haya jugado mejor, quien más haya luchado, quien  haya aportado más belleza al deporte, a su grandeza. Al final el ganador es el que haya marcado mas goles, y en la final del mundial 2014 ese equipo fue el alemán, algo indiscutible por objetivo, ya que no depende del juicio equivocado o no de nadie, sino simplemente de eso, de que el balón entre en la portería contraria, aunque a algunos nos haya gustado más Alemania en otros partidos y Argentina en la final.
Otra cosa es el mundo que rodea al fútbol, el de sus dirigentes, las marcas, los representantes de los futbolistas, las federaciones, colegios arbitrales y toda una banda de buitres que merodean alrededor de lo mas noble del propio fútbol, el deporte, los deportistas y el aficionado.
Este mundial, otra vez más, nos ha obsequiado de nuevo con el sempiterno escándalo de la adjudicación del balón de oro, un galardón absurdo, concedido subjetivamente, sin criterio deportivo alguno, y coincidente siempre, curiosamente, con los intereses de la marca que lo patrocina. En el mundial del 2002 se lo dieron al portero alemán Oliver Kahn perdedor de la final, cuando el mejor jugador, de lejos, había sido Ronaldo. En 2006 a Zidane, vergonzosamente expulsado, cuando el jugador estrella de aquel mundial había sido el italiano Fabio Cannabaro, ganador del mundial. En nuestro mundial, el de Sudáfrica 2010, todos aclamaron a Andrés Iniesta como el mejor jugador del mundial, mientras el trofeo se iba a manos de Diego Forlán. Finalmente el recién disputado, donde Leo Messi, el mejor jugador del mundo, al menos hasta hace aproximadamente medio año, ha sido para todos una enorme decepción, sin brillo alguno, andando todo el torneo, sin gancho, triste, vomitando de nuevo, sin gol, con miedo a las lesiones y sin exponer lo más mínimo, llevándose de nuevo el balón de oro concedido con el patrocinio de la marca a la que representa, cuando jugadores como su compañero, el propio Mascherano, el auténtico soporte de una buena selección argentina, le ha superado ampliamente, algo también aplicable del lado alemán a Schweinsteiger, o al propio Müller, o incluso a Neymar con su banda, pero nunca a Messi, junto a Cristiano (siempre falla ante los grandes), las auténticas decepciones de Brasil 2014, máxime cuando por no perdérselo, paseó con la camiseta blaugrana, negándole la gloria, durante los últimos tres meses de nuestra liga. La decisión podrá ser rentable para Adidas, pero es una vergüenza para el fútbol, para el propio Messi, para los culés, para Argentina, y en general para todos los amantes del deporte y sus virtudes.
Muchas cosas han de cambiar en nuestro fútbol, entre otras el juego que los directivos le están haciendo a las marcas, la corrupción que ello implica, las comisiones descontroladas, las excepcionalidades que se hacen con los clubes en cuanto a Hacienda, las cuotas a la Seguridad Social, el sometimiento a horarios absurdos en beneficio de las marcas y la TV, etc.
Por otra parte y aun cuando es una buena medida el señalamiento con spray de las barreras y la ubicación del balón en las faltas, sigue siendo absurdo que, en beneficio del mangoneo arbitral, no utilicemos las nuevas tecnologías a la hora de arbitrar justamente los partidos, o de aplicar las correspondientes sanciones, como la de no introducir las expulsiones temporales siendo excepción las definitivas, ya que dos tarjetas absurdas y subjetivas pueden condicionar no solo un partido, sino incluso una liga. No podemos condicionar algo tan decisivo al error de un arbitro o a su interesada decisión. Hoy al cabo de unos segundos todo el mundo sabe que el gol anulado era perfectamente legal, o el concedido estaba en un clamoroso fuera de juego, o que el balón que supuso la victoria del equipo entró por debajo de la red, o que no traspasó la línea de gol, o que el penalti fue un piscinazo, o fuera del área, jugadas todas ellas perfectamente revisables en segundos por un equipo arbitral, ante un par de repeticiones de cualquier jugada.
Del mundial me quedo con la exhibición de Alemania ante la banda local, esa caricatura carioca de xogo bonito plagado de mediocres, salvo dos o tres honrosas excepciones, una exhibición de ganador con el mismo nombre inspirador al fondo, que hizo del Barça el mejor y mas espectacular equipo del mundo, mas tarde plagiado por la selección española y ahora por Alemania (¡!!practicando xogo bonito!!!): Josep Guardiola y su idea del fútbol espectáculo.

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