Opinión

El verdugo del Papa

Mi reino no es de este mundo… y un huevo.
El Vaticano es un Estado soberano de este mundo, restituido por el fascista Mussolini, regido por un dictador (el único que queda en Europa), elegido por una oligarquía libre de contaminación femenina, que dice actuar en base a una inspiración divina, en la figura de una de las tres personas (representado por una paloma) a quienes consideran dioses (el llamado espíritu santo). Estado ajeno totalmente a la democracia, machista en extremo, radical, enemigo de cualquier otra ideología y en el que hasta el año 1969, sin perdón, sin otras mejillas y sin misericordia, existía la pena de muerte, celebrada en plaza pública, sin previo paso por tribunales de garantías, cuando en otros Estados laicos europeos, tales fundamentalismos habían desaparecido ya por completo.
Como Estado en el que imperaba la pena de muerte, precisaba de la figura del verdugo como instrumento final de su “justicia” terrenal, amén de toda la corte de torturadores que facilitaban el “proceso” de llevar a todo tipo de acusados al más alto grado de virtuosismo en la expresividad del cante. Como figura cumbre de hacer efectivo el ajusticiamiento divino en la tierra, destaca la figura de Giovanni Battista Bugatti (Mastro Titta), un romano que en 1796, con 17 años, entró a “trabajar” a las órdenes del Papa de entonces, Pio VI, a quien a marchas forzadas hubo que nombrar obispo y acto seguido cardenal para poder acceder al papado, y a quien en su mandato sorprendió la revolución francesa y sus consecuencias.
Mastro Titta “ajusticiaba” a los condenados a muerte por el Tribunal Eclesiástico, entre los que se encontraban los declarados culpables e incluso los “racionalmente” sospechosos. En su largo periodo laboral (69 años) se llegó a cargar por orden del sucesor de Pedro en la Tierra, a 596 penitentes, cobrando por cada “tratamiento” (los consideraba “pacientes”) la módica cantidad de 3 céntimos de lira (lo suyo era puramente vocacional). Los métodos a utilizar, a su criterio y según considerase la gravedad del delito (matar a un cura, dar por allí a un obispo, o robar al clero) iban desde el hachazo en el cuello, la horca, la maza contra la cabeza aplastando los sesos que quedaban esparcidos ante el alborozo de la plebe, o el desmembramiento y descuarizamiento repartido entre los admiradores, que consideraban el espectáculo como uno de los momentos cumbres del alborozo popular del Estado Pontificio, finalizado invariablemente con la exposición, urbe et orbe, de la cabeza del ajusticiado, aunque eso si, ofreciéndoles tabaco previamente (lo cortés no quita lo valiente).
Tras su largo servicio al papado, fue jubilado por orden de Pio IX el 17 de agosto de 1865 con una pensión de 30 escudos mensuales. Este Papa, el de mayor duración en el cargo, con cerca de 32 años de ejercicio, es el que da pié a los famosos “piononos”, un dulce que se compone de dos partes, una fina lámina de bizcocho enrollado formando un cilindro emborrachado con algún tipo de líquido muy dulce y coronado con crema tostada, pretendiendo representar la silueta de la cabeza cilíndrica del Papa Pio IX, famoso entre otras cosas por proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción, condenar todo tipo de doctrinas contrarias a la Iglesia, entre ellas el socialismo y el liberalismo, declarar la infalibilidad papal para sus pronunciamientos ex cátedra y excomulgar a quien colaborase con el estado italiano, e incluso a sus votantes (una joya, hoy beato).
Desde el retiro del insigne verdugo, se produjeron únicamente 13 ejecuciones más, evidentemente sin la “clase” que emanaba del maestro, hasta que en 1870 desaparecen los Estados Pontificios, dependiendo entonces la “justicia” de Víctor Manuel II, rey de Italia, hasta que en 1929, por pacto con la Santa Sede, Mussolini restablece el ahora llamado Estado Vaticano, quien habría de mantener la pena de muerte durante 40 años más.
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