Opinión

El silencio de los corderos

Con el cambio de siglo, el mundo se ha hecho mucho más pequeño y a ello han contribuido como nadie los avances en las telecomunicaciones. Hoy está a nuestro alcance el saber lo que más o menos ocurre, al momento, en cualquier parte del planeta. Internet, la red, la mayor fuente de conocimiento que hemos conocido hasta ahora, nos va permitiendo, cada vez con mayor seguridad, navegar por todos los mares de un mundo que se ha globalizado, y que con ello ha generado una mayor riqueza en todos los sentidos, pero también mayores tensiones y diferencias, tanto sociales como económicas o políticas. Si a ese conocimiento añadimos la facilidad de desplazamiento y con ello el poder estar en pocas horas al otro lado del mundo, esa globalización nos está liberando por un lado de nuestro pequeño universo, pero a la vez nos está integrando en los problemas que a todo ser humano afectan de un modo mucho mas directo y cercano.
Las consecuencias de tales cambios, han generado y siguen generando gran cantidad de tensiones, sobre todo para quienes ahora conocen que hay una tarta sobre la mesa y que ellos ni se habían enterado, ni fueron invitados, ni se les ha reservado silla alguna, pero cada día saben más de la tarta, de donde está, de quien se la come y de que quienes la disfrutan no les dejan ni siquiera acercarse. También quienes se comen la tarta saben ahora mejor que antes que existen otros manjares mas golosos, quienes se los están comiendo, a costa de que y de quien, lo que han hecho para sentarse a la mesa, para ser invitados. Si los primeros luchan por poder sentarse a la mesa de la tarta y exigir su parte, los segundos empiezan a dejar claro lo que los más privilegiados han tenido que hacer para llegar a lo mas goloso y exigen que paguen por ello.
Ese es el mundo y siempre ha sido así, pero ahora lo vamos sabiendo todos poco a poco, con pelos y señales.
Poblamos un mundo del que cada vez conocemos más y por tanto se nos hace mas pequeño, pero el que habitan cada vez más cantidad de personas, que empiezan a empujar. Crecen las diferencias entre los más ricos y los más pobres. De las democracias vamos conociendo que cada vez lo son menos, sus mentiras y sus miserias, que el verdadero poder y la economía están en manos de unos pocos, que la diferencia entre nacimientos y defunciones cada vez es mayor que la generación de nuevos puestos de trabajo, que la información como bien supremo para las cúpulas del poder, a efectos de seguir controlándolo todo es tan fundamental que hoy se nos controla ya de forma casi absoluta, sin que nuestro día a día lo perciba, que los pueblos son entontecidos sistemáticamente a base del fomento mas escandaloso de su mediocridad, que las diferencias entre el mundo de la mujer occidental y la del tercer mundo son abismales, que cada día se van creando nuevas fórmulas, cada vez más sofisticadas de dependencia y que la libertad es una utopía perfectamente controlada.
En definitiva, que esto siempre ha sido un redil, con un pastor, un perro y toda una manada de corderos, ya sea en lo político, social o religioso. Que ha ido cambiando el redil (se han suprimido muchas fronteras), que cada vez el rebaño es mucho mayor, que también ha crecido el número de perros (cada vez hay mas políticos), que el pastor se ha convertido en un equipo de grandes corporaciones que acaparan la práctica totalidad de la riqueza existente, mientras, tanto pastores como perros nos dicen a los corderos que somos nosotros quienes mandamos, y en nuestra solemne imbecilidad nos lo creemos. Siempre ha habido pastores que han rentabilizado la manada, perros que la canalizaban según los intereses del pastor y bastas manadas que se han limitado a pastar. En realidad, se les mantiene pastando, se les ordeña, se les esquilma y finalmente se les mata para que coman perros, pastores y quienes amparan sus acciones en que tales corderos finalmente serán recompensados en un hipotético más allá, donde obtendrán su recompensa a toda su memez terrenal.
En el mundo, en todas las épocas y en todos los lugares, siempre se ha reproducido la escena, porque es inherente a la condición humana, y así, invariablemente seguirá sucediendo. Hasta ahora solo ha habido un único sistema político conocido, la dictadura, más o menos radicalizada o disimulada, pero nunca los corderos han tenido el poder en ninguna parte. Pretendía hablar de Ucrania pero, viene siendo mi destino, el preámbulo me ha comido el mensaje.
Algún día, el silencio de los corderos puede convertirse en un balar atronador que acabe derribando el redil, convertirse en una estampida que pisotee a los perros y haga huir con el rabo entre las piernas a los pastores, sin esperar compensaciones en hipotéticos mundos de contemplación de dioses. Ese utópico día, el ser humano habrá recuperado su dignidad.

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