Opinión

El poder

Del poder político, como de casi todo, existen multitud de definiciones a cual mas significativa. A uno, que le gusta inventarlas, se queda con “la capacidad de tomar y materializar decisiones que afectan a los demás”.
En puridad democrática, el poder reside en el pueblo. Ningún político tiene poder alguno mas que el que le corresponde como ciudadano, siendo mero ejecutor de las decisiones que el pueblo adopta, pudiendo y debiendo llevar a cabo propuestas razonadas para que finalmente los ciudadanos decidan entre distintas opciones perfectamente explicadas y justificadas. Solo cuando es el pueblo quien toma las decisiones y ordena materializarlas existe verdadera democracia, esa al menos es la teoría del sistema. Cuando la democracia precisa de ser adjetivada o matizada, nos alejamos y a veces exageradamente de su verdadero significado.
Desde la antigua Grecia hasta hoy, el principal problema ha radicado en como conseguir materializar la voluntad popular en la toma de decisiones, de ahí que cada vez se fuera delegando en menor número de ciudadanos el ejercicio del poder, creándose a esos efectos los partidos políticos, quienes al final acababan usurpando esa capacidad otorgada al ciudadano. Hoy esa posibilidad, gracias a los avances de la informática, es perfectamente materializable.
Actualmente no existe ni un solo país en el mundo que se rija a través de la democracia. En nuestro primer mundo se acercan  al concepto, países como Suiza, o Estados como California. A una distancia algo mayor están los países nórdicos, principalmente Islandia y ya el resto de Europa a una distancia considerable.
La mayoría de los países se organizan a base de democracias llamadas derivadas, delegadas, orgánicas o representativas, en donde el ciudadano nada decide, salvo el nombramiento de otros ciudadanos en los que delegar el poder, y ahí los matices son enormes, posibilitando que los grados o niveles de democracia sean de lo mas variado.
En España, concretamente, el ciudadano no tiene la mas mínima capacidad en la toma de decisiones. Se le obliga a delegar su derecho al ejercicio del poder, pero no acaba ahí la cosa, pues no puede hacerlo en otros ciudadanos en los que confía y de los que conoce sus aptitudes, sino que ha de hacerlo en individuos, que la mayor parte de las veces ni conoce ni confía en ellos, que forman parte de unas listas elaboradas a su vez por el grupo dominante de cada partido, donde solo figuran los que son fieles al líder, en el orden que este decide, y sin que nada tenga que ver su capacidad ni conocimientos en el ejercicio del poder. 
Esa delegación obligatoria, si quiere participar, ha de llevarla a cabo una sola vez cada cuatro años, sin poder cambiar su delegación hasta pasado de nuevo ese plazo, pase lo que pase. Tras serle hurtado su poder que acaban ejerciendo unos pocos, que no siempre son los que decidieron la mayoría de los votos, sino los que finalmente deciden alianzas entre los distintos partidos perdedores, y sin tener en cuenta ni consideración lo que le propusieron para que el ciudadano delegara en ellos su voto, no solo ha de participar alegremente en tal comedia, sino que además se le miente miserablemente asegurándole que la democracia consiste en eso, en la delegación del voto en otros ciudadanos para que sean estos quienes ejerzan el poder, aunque finalmente acaben responsabilizando al ciudadano de la política que ejercen, pues a sus “representantes” nunca se les exige reparación alguna a sus irresponsabilidades, ni civil, ni penal, ni económica, ni social, condenados, eso si, a una jubilación dorada a costa de todos, aunque hayan llevado al país a la bancarrota.
En estas condiciones apuntadas en las que se ejerce la “democracia” delegada en España, es fácil comprender que la distancia de nuestro sistema a la auténtica democracia es infinita, aunque a la mayoría del pueblo soberano se le ha engañado y se le sigue engañando miserablemente desde todas las esquinas, prensa incluida.
Hoy la democracia directa es ya técnicamente posible, aunque tiene como enemigos a muerte tanto los partidos políticos, como sus principales beneficiados, quienes además ejercen un poder que no les corresponde y que por nada del mundo están dispuestos a ceder.
Algunos países, con ciudadanos informados, exigentes, conscientes y responsables, están ya en camino de lograr de forma efectiva esa democracia directa. A nosotros, con una cultura democrática cavernaria y un concepto de lo común, de la solidaridad, de la participación y del ejercicio de los deberes políticos casi inexistente, la distancia hasta la consecución del ejercicio del poder por el pueblo, es casi sideral.

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