Opinión

Planes de estudios

Este fin de semana, caía en mis manos un interesante artículo sobre las profesiones del futuro y la actual demanda que empieza asomar sobre necesidades de conocimientos para la empresa, que los actuales estudios universitarios no cubren por no haberse adaptado en su oferta a las nuevas tecnologías con suficiente anticipación.
Por diversas circunstancias de la vida, mi actividad profesional ha girado casi siempre alrededor del urbanismo y la construcción, dos disciplinas en las que la universidad facilita y ha facilitado una formación enormemente deficiente, que solo cubre satisfactoriamente una vida de experiencia desde la continua y particular formación y estudio de una actividad en evolución cada vez más acelerada.
El artículo en cuestión daba un dato harto explicativo del divorcio entre la realidad y la absoluta ignorancia que sobre el particular tienen los alumnos cuando llegan a la universidad, donde la generalidad de ellos llegan a iniciar una carrera sin tener la menor idea, ni de su contenido, ni de su práctica de ejercicio, ni de su demanda futura, algo sobre lo que no ha habido ni un solo plan de estudios que hiciese nada por remediar. El dato aseguraba que “en España, la construcción ha caído un 62%. Pese a ello, el número de graduados en arquitectura e ingeniería civil (antiguos aparejadores) crece un 174%”. Pero no acaba ahí el sinsentido, pues en cuanto a urbanismo, una materia que en su aspecto técnico se estudia en arquitectura y en el jurídico en derecho, la profundización y la puesta al día son de lo más primitivo, algo a lo que no le va a la zaga la construcción, tanto en arquitectura como en ingeniería civil, donde nuestros planes de estudios se limitan a tocar tangencialmente toda una serie de disciplinas, con las que al final acaban formando profesionales a los que casi todo les suena, especialistas en nada, sin la menor experiencia al afrontar su primer trabajo de responsabilidad y con unos conocimientos más que discutibles.
En materia de construcción, las estadísticas de las compañías de seguros son definitivas en este aspecto, al asegurar que cerca del 50% de las reclamaciones por siniestros de todo tipo se deben, a mala definición o indeterminación constructiva en los proyectos, y casi otro tanto a mala construcción. Si pensamos que en las obras el arquitecto es el director de obra, el ingeniero civil lo es de la ejecución material, el constructor se limita a ejecutar el proyecto controlado por ambos profesionales y que las obras siguen respondiendo, en pleno siglo XXI, a una labor puramente artesanal, sin que las universidades españolas se hayan enterado de que el mundo va por otros derroteros, el futuro parece mas bien caótico.
La construcción artesanal, donde casi la totalidad de edificación se lleva a cabo a pie de obra, es hoy una antigualla. Las técnicas y sistemas constructivos de los grandes rascacielos actuales nada tienen que ver con lo que hacen nuestros profesionales en el día a día, ni siquiera el futuro inmediato de la industrialización, donde los edificios se fabrican en industrias alejadas del pie de obra, donde únicamente se ensamblan los distintos módulos que permiten, no solo ahorrar enormemente en cuanto al coste y tiempo de construcción, sino ofrecer garantías seguras y limitar al máximo la siniestralidad.
El mundo del automóvil y el de la construcción naval siempre han ido por delante del de la edificación. Hoy nadie hace un gran barco ni un automóvil de forma artesanal, sino siguiendo procesos industrializados en los que errores de milímetros pueden ser invalidantes, con controles exhaustivos y al amparo de contratos con fuertes penalizaciones hacia quienes comprometan plazos, presupuestos y garantías, algo impensable todavía en nuestra construcción, donde de nada se hace responsable a priori ningún técnico, a la hora de firmar un contrato.
Nuestros universitarios son competitivos en determinadas disciplinas y unos auténticos cebollos, al igual que muchos “catedráticos”, en otras, y ello no se debe lógicamente a su mayor o menor capacidad que pueda concentrar al pelotón de los torpes en unas profesiones y a los lumbreras en otros, sino a una universidad cuyos responsables ni son los mejores, ni los más formados, ni siquiera los más informados, sobre todo en aquellas profesiones donde nada se exporta (construcción), por lo que solemos “comer” únicamente de lo que producimos.
Hoy un profesional de la construcción (la arquitectura no es nada sin la construcción, por mucho que le pese a más de un iluminado), solo puede trabajar en equipo, haciendo industrialización, responsabilizándose bajo contrato, de la ejecución, montaje, técnicas, plazos y presupuestos.
Lo peor de ello es que nuestra universidad aún no se ha enterado, de manera que nuestros futuros profesionales, cuando acaben sus carreras, lo harán tras haber sido formados de forma obsoleta, condenando con ello a sus clientes a unos riesgos perfectamente evitables.

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