Opinión

La hora del adiós

A lo largo de los siglos, el ser humano ha ido forjando sus reglas de convivencia tendentes, como diría la Constitución americana, al objetivo de conseguir su felicidad, de forma justa para todos en libertad, igualdad y fraternidad que dirían los gabachos. Lo cierto es que la conquista de los derechos de todos ha durado siglos, y en algunas partes del globo no ha hecho más que empezar, de manera que conseguir el equilibrio a partir de contemplar los derechos de todos los ciudadanos, es la meta de cualquier Estado de Derecho, al menos desde la Ilustración. 
En el primer mundo se abolió la esclavitud, la mujer consiguió el voto, el trabajador un salario mínimo, derechos a la sanidad, educación, guarderías, vacaciones, jubilación, etc. Todos ellos han sido derechos  conquistados gradualmente, hasta que fueron definitivamente integrados en el bloque de derechos del ciudadano y contemplados por la ley como algo irrenunciable. En su largo camino hacia la conquista de tales derechos, han sido muchas las instituciones que se han involucrado en su logro y a las que se deben los principales pasos, hasta que una vez conquistado lo fundamental, se han ido extinguiendo y dejando su defensa en la correcta aplicación de las leyes que se han ido integrando en el bloque jurídico correspondiente. 
En materia social, y centrándonos en nuestro primer mundo,  concretamente en España, nuestra legislación, gracias en gran manera a la actuación de los sindicatos en el último cuarto de siglo pasado, contempla ya toda la parte fundamental que cabe esperar en la materia, salvo la articulación de una ley de huelga, que los sindicatos han impedido. Cubierta esa laguna y definidos pequeños flecos a integrar en la legislación correspondiente, la presencia de los sindicatos tiene mayor sentido como un recuerdo de lo que fueron, que como instituciones necesarias.
Sabido es, por otra parte, que cuando una institución deja de ser necesaria, su desintegración pasa por distintas fases de corrupción y podredumbre, manifestadas en mayor medida en función de su negativa a extinguirse o a la cantidad de parásitos que aun se alimentan de sus restos y prerrogativas.
Hoy, los sindicatos en España ya nada aportan al trabajador que no este contemplado en la ley, existiendo además juzgados de lo social que se encargan de velar por el cumplimiento de tal legislación. Por el contrario, el grado de corrupción empieza a no ser digerible para el ciudadano, con miles de liberados dedicados a la mamandurria y a un cierto terrorismo callejero a cargo de los llamados “piquetes informativos”, cuando de imponer su voluntad se trata, algo absurdo cuando hoy en día cualquiera puede estar perfectamente informado por todo tipo de vías de mayor contenido que lo que pueda comunicarte en la calle un exaltado, amenazándote y atropellando tu libertad, sacando dinero de cursos de formación, de cooperativas, de ayudas al paro, viajes, gestiones a precio de oro y todo tipo de golferías, con instituciones absolutamente opacas, donde nadie puede entrar a conocer sus economías, etc. 
Es tiempo de hacer que los sindicatos que pretendan permanecer se alimenten exclusivamente de sus afiliados, librando a las empresas de tener que mantener a “liberados”, sin que ni un euro de nuestros impuestos tenga como destino tales instituciones. 
La defensa del trabajador o de los trabajadores la puede llevar hoy en día cualquier abogado ante el juzgado de lo social, sin que les cueste lo mas mínimo, en caso de tener razón, a través de la condena en costas a la empresa. La negociación del convenio, con acceso del representante de los trabajadores a las cuentas de la empresa, se puede llevar a cabo directamente en cada empresa en función de sus particularidades y de la legislación completada al efecto, y en todo caso está el ministerio para arbitrar cualquier situación de excepcionalidad o indefensión con la garantía permanente de los tribunales.
Hágase una ley de huelga que contemple los derechos de los trabajadores sin atentar contra los tan respetables del resto de la ciudadanía, soluciónense los flecos restantes, evitemos que, al igual que los partidos políticos, se conviertan en mafias de explotación del ciudadano, seamos generosos en la exigencia de responsabilidades en honor a pasadas glorias… y puerta.

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