Opinión

Por fin

En una monarquía constitucional, los poderes del rey están limitados a la labor que le asigne la Constitución, de manera que su condición de Jefe del Estado le impone el garantizar la unidad del Estado y arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones, evitando que degeneren las instituciones en contra de los derechos y libertades de los individuos, lo que implica entre otros el garantizar la separación de poderes, el mantenimiento del poder en el pueblo como único soberano, la independencia judicial, la limitación de las competencias autonómicas, etc. Además, la figura del Rey representa al país, es la cara de España en el interior y exterior, su máximo representante institucional. Por otra parte, en una democracia de verdad, algo que expone claramente la Constitución, el poder reside directamente en el pueblo, en todos y cada uno de los ciudadanos, sin derivaciones no otorgadas con absoluta libertad de delegación por cada individuo, no en el Gobierno. Los gobiernos tienen la doble misión de elaborar ideas, proponer al pueblo la toma de decisiones y ejecutar aquellas (poder ejecutivo), siendo el Parlamento el encargado de articular las leyes que reflejen la voluntad popular manifestada al efecto (poder legislativo), encargándose la judicatura de arbitrar el cumplimiento de tales leyes (poder judicial), todo ello de forma absolutamente independiente los unos de los otros y siempre con la constante virtud del pueblo de ostentar el poder real. El velar para que así ocurra, es una de las misiones del rey en una monarquía constitucional.
Juan Carlos I, el rey nombrado por el dictador Franco saltándose al legitimo sucesor de la corona, muerto el dictador, no tuvo siquiera la decencia de abdicar en su padre, para sucederle posteriormente, restaurando con ello la monarquía, haciendo no solo legal su nombramiento, sino sobre todo legítimo su reinado.
Este rey que ahora abdica, no solo no ha cumplido para nada su misión de garante de todo lo indicado, sino que como figura que representa al país, ha sido un auténtico despropósito desde su coronación ya descrita, entregando el Sahara a su “hermano” marroquí a la primera de cambio, justo una semana después de haber asegurado allí que garantizaba la defensa de su españolidad, muñidor del 23-F, dejando a todo el equipo en la estacada para quedar ante toda la necedad patria como el salvador de la democracia, que tiene tela, pasando por toda la censura impuesta durante 40 años en los que los medios han tragado con carros y carretas, desde corruptelas de todo pelaje en compañía de amiguetes impresentables, hasta tener que ocultar todo tipo de aventuras amorosas, convirtiendo a una reina que no se merece, en la cabeza mas adornada del reino, amen de ostentar un bagaje cultural harto reducido, operaciones a porrillo debidas a sus francachelas cinegéticas y de todo tipo, etc., etc.
Como España es “diferente”, ahora todo el rebaño de bien pensados políticamente correctos, se aprestan a loar la figura del rey, desde los “juancarlistas”, esos necios que nada analizan y que admiten como virtud suprema el carácter “cachondo” y campechano de Juan Carlos Puigmoltó, apellido de uno de los múltiples amantes de su tatarabuela Isabel (de casta le viene al galgo), padre de su bisabuelo Alfonso XII, hasta los lameculos del sistema que viven de sus carencias.
Si, por fin se ha ido, y se va, como siempre, dejando en el aire multitud de preguntas sin respuesta que poco a poco se irán sabiendo, si los medios en España dejan de hacer el ganso.
Afortunadamente, en las antípodas del personaje, su sucesor, Felipe VI, será el rey más preparado de la institución monárquica española a lo largo de toda su historia, un hombre que, afortunadamente, atesora unas virtudes desconocidas hasta ahora en la saga a la que pertenece por parte de padre, un hombre que parece tener muy poco de Borbón.
En la misión de ser la cara de España, ni me convence la monarquía ni la república, pero si que quien nos represente atesore las virtudes que son evidentes en el príncipe Felipe, el primer rey universitario de nuestra historia, culto, conocedor del mundo, con excelentes relaciones, honrado, honesto, imparcial, conciliador, inteligente, capaz, disciplinado, y leal, todas ellas virtudes insólitas en nuestra monarquía, e imposibles de encontrar en alguien salido de las mafias de los partidos políticos.

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