Opinión

Chungos argumentos

Hace unos días, en un periódico local, Méndez Ferrín escribía un artículo argumentando la importancia del gallego y el porqué se debía estudiar y hablar en Galicia. Ante la perspectiva de encontrarme ante la explicación definitiva de tal planteamiento, ya que los argumentos que prometía el artículo provenían de una autoridad en la materia, me dispuse a ilustrarme sobre el particular a la espera de encontrarme con serias justificaciones, ajenas a los típicos fanatismos propios de localismos trasnochados, pues si alguien podía dar argumentos de peso, sin duda ese era un personaje de la talla galleguista de Ferrín.
He de confesar que mi decepción fue enorme. El grueso de la argumentación giraba en torno a la prosperidad de catalanes y vascos, pues al parecer si en casi todo eran los primeros en España, eso se debía sin duda a su amor y uso de su particular idioma, sin mas argumentos, “si la protección institucional del vasco y el catalán desfavoreciera el desarrollo económico de Euskadi y Cataluña, serían estas mas pobres, sin embargo son mas pobres las que solo utilizan español”. Ante tamañas razones, uno puede pensar que si Galicia está, en algunos aspectos, entre los mas desfavorecidas en España, el argumento no solo no encaja, sino que, siguiendo tal razonamiento puede deberse al uso de su particular idioma, como tampoco encaja que la mas próspera sea Madrid o Navarra que, curiosamente, solo hablan el puñetero español. El despropósito finalizaba con un lamento ante la nula determinación de la Administración de incluir el portugués como idioma asignatura en las escuelas, una observación al menos curiosa, cuando fueron precisamente los galleguistas que finalmente se llevaron el gato al agua, los que le negaron en su día al catedrático Carballo Calero (al que tienen marginado) su defensa del gallego lusista, un idioma que hubiésemos hablado mas de 200 millones de habitantes en el mundo, de contar con Galicia, Portugal, Brasil y colonias, favoreciendo un comercio y unas relaciones hoy prácticamente inexistentes.
Los idiomas tienen, entre otras, dos características esenciales: sirven para comunicarnos (no para diferenciarnos) y no pueden imponerse. Yo nací en Barcelona en una época en la que la España de Franco no admitía el catalán en la administración, una época en la que prácticamente todo el mundo hablaba catalán en la ciudad, muchísimo mas que ahora, entre otras razones por la imposición del español. De hecho llegué a Vigo a los 5 años y solo hablaba catalán, algo radicalmente opuesto a lo que aquí ocurría en las ciudades. Me formé en español y con los años y por propio interés, aun en la España de Franco, aprendí el uso del gallego por las lecturas que me facilitaban, medio a escondidas, en Librouro, hasta el punto de ejercer de “traductor” en mi colegio profesional cuando lo del gallego empezó a estar bien visto, aunque solo lo conociera y hablara, por voluntad propia, una lamentable minoría. Hoy los términos se han invertido. En Cataluña, el catalán se ha impuesto hasta unos limites de intolerancia administrativa, que está llevando a un creciente rechazo, paralelo al auge del uso del español (curioso) y de la cada vez mayor exigencia comercial del inglés (catalanistas si, pero no tontos).
No podemos, por otra parte, sacralizar la voluntad popular como máxima expresión de la democracia, si por otra parte imponemos actitudes ajenas a la tendencia normal en el ciudadano, de buscar por encima de todo lo aspectos prácticos del idioma, algo que se maximiza cuando de formar a nuestros hijos para defenderse en el mundo se trata. No podemos imponer a los demás nuestras querencias, por muy patrióticas que sean, en el supuesto de que el patriotismo fuera una virtud incuestionable.
El gallego, el catalán, el vasco y tantos otros idiomas de uso local, son joyas que no se deben perder, y ahí estamos totalmente de acuerdo, pero siempre con otros argumentos contrarios a la imposición, y desde luego con razones de mucho más peso que las pobres esgrimidas por Méndez Ferrín en su citado artículo, justificando imposiciones académicas de nula practicidad en nuestros hijos. Cualquier padre busca lo mejor para sus hijos y seguramente para muchos la excelencia está en el conocimiento y uso de su idioma de nacimiento (está por ver si sus hijos se lo agradecerán, o echarán en cara en un futuro), pero muchos otros, a los que no se les debe imponer estas cuestiones contra su voluntad, desean para sus hijos el dominio de idiomas que les facilitan la vida en un futuro mucho más abierto, global y de más oportunidades.
Lo que sí parece claro es que quienes defienden a capa y espada la imposición del uso de idiomas locales, si realmente pretenden preservar el uso del idioma, han de aplicarse algo más en la búsqueda de argumentos algo más sólidos que los expuestos por el ilustrado Méndez Ferrín, o a los del orgullo patrio, algo puramente subjetivo.

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