Opinión

El botellón, las libertades y los valores

El pasado jueves, y siguiendo el programa de conferencias del clásico ciclo de verano en Baiona, que con la colaboración de su Ayuntamiento organiza cada jueves mi amigo y excelso catedrático Antonio Piñero, ciclo del que tengo el honor de formar parte este año, concretamente el próximo día 24 disertando sobre “la democracia, un fenómeno insólito”, tuve la dicha de asistir a la conferencia pronunciada por mi amigo Luis Espada Recrey, sobre uno de sus múltiples estudios llevados a cabo como valedor do pobo, publicado con enorme éxito, sobre “el botellón”, un fenómeno de todos conocido, por algunos disfrutado, por otros tolerado y por muchos otros sufrido, directa o indirectamente.
Como era de esperar, los conocimientos de nuestro primer Rector sobre la materia en cuestión, no solo responden a una profunda investigación en todo el ámbito nacional sobre el particular, sino también se basan en amplias encuestas llevadas a cabo sobre el terreno, tanto de cara a quienes practican el curioso sistema etílico-dialogal, como con quienes, al menos teóricamente, son los responsables de la educación de los miembros que componen la tribu.
He de decir que me impactaron fuertemente, ya en la tertulia posterior a la conferencia, las manifestaciones de una maestra en cuanto a la realidad que el botellón y sus consecuencias, habían comportado y seguían haciéndolo, en buena parte de sus alumnas, describiendo cuadros verdaderamente aterradores, en muchos casos irrecuperables, con consecuencias que todos deberíamos tener muy presentes.
Todos hemos sido jóvenes, inquietos, fuertes, rebeldes y con ansias compartidas de saltarnos lo establecido a la primera de cambio, bien porque no nos parecía que la oferta oficial respondiera a nuestras inquietudes, o simplemente por protestar, o reafirmar nuestra propia personalidad. Todos en el empeño, o al menos algunos, hemos llegado a irresponsabilidades hoy inasumibles. Forma parte de lo bueno y lo malo de la juventud. 
Soy de los que creo que los jóvenes de hoy no son ni mejores ni peores que nosotros, pero si que, en gran parte y en buena medida, se les ha hurtado la ocasión de haber sido educados en unos valores y en una disciplina, que a los imbéciles que, en la materia, han regido el país durante los últimos lustros, no les encaja con la bobalicona tolerancia gratuita con la que hoy se pretende educar a nuestros jóvenes, a la cola de Europa. 
Aquella juventud que contra Franco vivíamos mejor, mas pobres, con más metas inalcanzables y a quienes nuestros padres, en lugar de darnos dinero, hacernos la vida muelle y los reyes del mambo, pretendían inculcarnos unos principios, a veces a tortas (no conozco a ningún tío normal traumatizado por ello) como principal bagaje para nuestro futuro, tuvimos la “suerte” de que nuestros objetos de inconformidad fueran el recorrer el camino hacia nuestra libertad, la del país y la de las ideas, objetivos de sobra para quemar nuestras púberes energías, amén de conseguir algo en materia de sexo, lo cual ya era un triunfo impensable que te hacía el rey de la tribu. Salvadas esas necesidades, y sin problemas de colocación profesional en un futuro, pues había horizonte de trabajo para todos, quemábamos nuestras energías nocturnas en comedidos escarceos etílicos, con razonables plazos de finalización, en cuanto nuestra presencia en las calles empezaba a confundirse con los profesionales de la noche y sus ofertas, limitadas incuestionablemente por nuestros posibles.
Hoy las cosas han cambiado. A buena parte de los jóvenes de hoy se les ha dado absolutamente de todo y todo se les ha solucionado, salvo lo principal, las perspectivas de futuro y la forma de valerse solos en la vida (no saben, entre otras muchas cosas, ni leer una factura, ni una nómina) y de eso solo nosotros somos los culpables, nosotros y esta bazofia de gobiernos que hemos tenido empeñados en que nadie los catalogue de autoritarios, cuando de formar a jóvenes se trata, al igual que esos representantes de pacotilla de la enseñanza y asociaciones de padres, empeñados en la absoluta tolerancia y colegueo. Si, todos somos culpables, pero esto hay que arreglarlo, y si en algunos aspectos hay que volver la vista atrás y rectificar, hagámoslo cuanto antes.
Si el problema del botellón, con independencia de sus causas, de cómo corregirlas y de que ser padre es de las pocas cosas serias reservadas a los aficionados, es que antes la juventud bebía durante unas dos horas y en locales cerrados y acondicionados (un par de gin-tonic), y ahora lo hace durante 6 horas (10 vasos de trapallada) en la calle y sin control, molestando con sus ruidos, sus desperdicios, sus alivios, sus efluvios y sus actos contra la propiedad urbana, de entrada hay algo tremendamente fácil y obvio: a partir de la 1 de la madrugada (es un ejemplo) queda terminantemente prohibido beber en ningún otro sitio que no sea un local cerrado e insonorizado, con sus licencias y perfectamente habilitado para ello, de manera que el infractor, padres incluidos, habrán de hacer unas cuantas horas de trabajos para la comunidad. 
¿Cuál es el problema?, ¿Se hiere la sensibilidad del niño?
Venga ya…

Te puede interesar