Opinión

Ajo y agua

Vigo esta vez tiene razones prácticas para su particular guerra y no solo por el asunto del día, sino para exigir de una vez la capitalidad

Nuestra vida cotidiana está llena de situaciones absolutamente ajenas a la práctica democrática del quehacer diario, pero lo peor es que no solo nos hemos acostumbrado a ello, sino que llegamos a considerarlo normal, como estar esperando a que el capo de cada partido elabore la lista que cierre a todos los ciudadanos, no solo su capacidad de decisión autónoma en cuanto al ejercicio del poder, sino incluso su alternativa de decisión libre sobre las personas a quienes delegar sus facultades ciudadanas. Ahora, con ocasión de las europeas, ni siquiera los partidos y sus bases deciden las listas, sino simplemente el capo de la organización, quien si decidiese poner en puestos de salida a una cucaracha, un ornitorrinco o una margarita, nuestros representantes en Europa, en lugar de impresentables pepiños y similares, al menos, con el mismo resultado, serían de lo mas original.


No extrañará por tanto el que la independencia de poderes sea una pura entelequia, poderes también en manos de una única persona (¿alguna diferencia práctico-fundamental con una dictadura?).
Nuestra Constitución dice que el poder reside en el pueblo, no en quien el pueblo debe delegar, para cuatro años, de una lista cerrada y blindada confeccionada por el capo de una organización política, en función del grado de sumisión de cada uno de los afortunados, en el pueblo y punto. Ese poder, el de tomar decisiones, el que nos corresponde como ciudadanos, directamente, es el poder legislativo. El poder ejecutivo es una mera gestión, que reside en un equipo cuya única misión ha de ser la de llevar a término lo que el pueblo decida, sin intermediarios, las decisiones de los ciudadanos, de todos nosotros, algo que en este sucedáneo de democracia se ha convertido en el auténtico poder, en un poder que ni siquiera tiene “el detalle” de dar explicaciones.


En cuanto al judicial, el poder de control del sistema y el que ha de velar  por el correcto funcionamiento del Estado de Derecho, es el más clamorosamente secuestrado. En el ejecutivo actúa un Ministerio de Justicia, cuya misión, en un poder de gestión como es el ejecutivo, no tiene el menor sentido, pues las leyes las dicta el legislativo y el control de su aplicación corresponde al judicial no al ejecutivo, quien además ha de ser totalmente independiente para organizarse para tal misión, debiendo, para ello, disponer de un presupuesto autónomo y suficiente, no regulado por ningún otro poder, para conseguir ejercer su misión sin intromisión alguna.


Viene todo esto a cuento de la decisión, que tanto afecta a Vigo, por parte del Ministerio de Justicia, de condenarnos, como en tantos otros campos, a la segunda división. En democracia, esas decisiones de organización interna del poder judicial no le corresponden al ejecutivo, sino al propio poder judicial, quien ha de disponer de la máxima autonomía para mejor organizar su misión.


Eso, que es lo mas grave de este asunto, en este país que todavía desconoce la democracia, no alarma a nadie, y esa es la prueba mas evidente de lo que sostengo. Otra cosa es que Vigo, desde siempre, siga evidenciando una falta absoluta de poder político. Ni la Xunta, ni la Diputación, del mismo partido político que el ministro, tienen la menor influencia sobre el particular, ni el alcalde que no tiene, por méritos propios en su cruzada de enfrentarse a todo lo que se mueve, ni el más mínimo poder ni estima fuera de su parcelita. Aquí ni siquiera nadie propone, en pro del acercamiento de la democracia, poner en pie a un poder judicial de mamandurria y vergonzoso sometimiento, para que en beneficio del pueblo exija de una vez, la independencia que como poder ha de ofrecernos a todos en su misión de control del Estado de Derecho.


Vigo esta vez tiene razones prácticas para su particular guerra, tantas veces iniciada por auténticas chorradas, y no solo por el asunto del día, sino para exigir de una vez la capitalidad de la provincia seriamente, con argumentos, pues aunque llevamos lustros augurando el fin de las provincias, lo cierto es que cada vez con mas intensidad, o eres capital de provincia o no eres nada, y ya vemos que no valen las excepciones. Desgraciadamente, como siempre, no nos harán el menor caso y acabaremos apostando por el llanto perenne, pues no hay mimbres en nuestra administración, ni autonómica, ni provincial, ni local, ni en nuestro empresariado, ni en los sindicatos, ni menos en los partidos políticos de la mamandurria, para asuntos de mayor calado.


Agua y ajo. Ah!, y a seguir pensando que esto es una democracia.

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