Las mentiras y los minutos basura de Sánchez

Publicado: 22 jun 2025 - 01:11

Basta ya de engaños y de fraudes!”, gritaba un encolerizado Pedro Sánchez en 2014 a una enfervorizada masa de militantes en un mitin junto a Emiliano García-Page, en medio de un largo alegato contra la corrupción del PP. “¡Basta ya!”, repetía una y otra vez mientras la militancia socialista se ponía en pie y aplaudía.

Contrastan las imágenes de aquel Sánchez, o las de poco después, cuando le decía a Mariano Rajoy que “en política, pedir perdón no es suficiente”, con las del 2025. Es muy difícil encontrar en la historia de España un ejemplo de obstinación hacia el abismo tan alevoso como el que está protagonizando el presidente del Gobierno, asediado en todos sus flancos por escándalos de corrupción: bajo investigación todos sus colaboradores más leales, ministros, segundos y terceros cargos, su mujer, su hermano, colocación de prostitutas en cargos públicos, con fundadas sospechas de fraude en las primarias que ganó, y con serias dudas sobre la posible financiación irregular del partido.

Los españoles asisten extasiados al “carrusel corruptivo” del sanchismo, con los diarios repletos de noticias de “última hora” y una interminable sucesión de nombres, delitos, e indicios, sin menoscabo de una gran colección de bochornosos vínculos con la afición a la prostitución pagada con dinero público de varios de los implicados, escándalo de menor cuantía para el erario, pero de mayor repugna moral en la opinión pública; que alcanza además un nuevo nivel de esperpento valleinclanesco al saberse hoy que el Gobierno necesitará el voto de José Luis Ábalos para sacar adelante la ley de abolición de la prostitución que presentará al Consejo de Ministros en septiembre.

En medio de esta marejada, cuando hasta sus más afines en los medios le piden que dimita y convoque elecciones, Sánchez se aferra desquiciadamente al poder, en una pirueta de interminable hipocresía, proclamándose como adalid contra la corrupción. “El PSOE es un partido limpio”, bramaba el miércoles en el Congreso, mientras las redacciones escupían de tres en tres nuevos escándalos a partir de los avances de la UCO, cada vez con más ramificaciones dentro del partido del Gobierno.

No es cierto que Sánchez pretenda que creamos que no sabía a qué se dedicaban su asesor de confianza y chófer, Koldo, su ministro y confidente, Ábalos, y su mano derecha en el partido, Santos Cerdán, sino que exige a su militancia que lo pase por alto, como precio a pagar para evitar el triunfo de lo que él llama “extrema derecha” en unas hipotéticas elecciones libres adelantadas. Así entiende la democracia Pedro Sánchez.

Dice también que actuó con firmeza porque prometió una auditoría interna y una comisión de investigación, cuando ambas cosas las está haciendo ya la UCO. Tampoco es verdad que haya actuado con rapidez, porque no quiso escuchar las voces que desde hace tiempo venían advirtiéndole sobre Santos Cerdán, e incluso en esas circunstancias lo revalidó como secretario de Organización del partido, y solo actuó cuando los audios lo dejaron desnudo, en un sospechoso empecinamiento por ganar días no sabemos muy bien para qué.

Sánchez juega lo que en el argot baloncestístico se llaman los minutos basura, pero mantiene intacto el gran concepto que tiene de sí mismo. Eso hace que cuando ocurre una desgracia, como el apagón, no haya ninguna responsabilidad del Gobierno, y salga señalando –y amenazando- a las compañías energéticas. Y eso hace que, en los casos de corrupción y mordidas, por impensable que parezca tanto arrojo, cargue contra las empresas por “corromper” a los altos cargos de su gobierno y del PSOE.

Incluso si diéramos por bueno su ocurrencia de sacar ahora a pasear la Gürtel para distraer a la opinión pública, tendríamos que recordarle que el partido que ahora lidera Alberto Núñez Feijóo ya fue castigado por ello con la pérdida de la presidencia del Gobierno. ¿Qué castigo está asumiendo Sánchez por la eclosión de corruptelas, imputaciones, y sospechas en su más íntimo entorno de confianza? Ninguno. Sánchez está enviando un mensaje indirecto al electorado, que tal vez no sea el que deseaba: hay una corrupción buena, la del PSOE, y una mala, la del PP.

Según los audios de la UCO, todo apunta que Sánchez manipuló las primarias para garantizar su ascenso en el PSOE. Y su llegada a La Moncloa se produjo en similares circunstancias: asegurándose de que se ahorraría el trance de concurrir a unas elecciones libres, mediante una moción de censura-trampa, con votos de partidos minoritarios comprados con promesas que aún está pagando, y con engaños al electorado, al que prometió que jamás serían sus socios de Gobierno. Hoy Sánchez se aferra al sillón intentando despertar una vez más en los suyos el instinto primitivo del miedo a la derecha, cuando no es más que excusa burda para ocultar su perenne pánico ante un proceso electoral.

A excepción de Page y voces aisladas, sorprende el mutismo de los socialistas, callados ante el posible robo de sus propias primarias, y en silencio también ante el bochornoso desfile de exhibiciones obscenas en los audios de la UCO de quienes han liderado el partido. Un silencio solo explicable porque Sánchez se ha caracterizado por sembrar el pánico a la discrepancia interna. Sin embargo, parecen estar obviando que cualquiera que concurra bajo estas siglas a unas elecciones, lo hará bajo la sombra de la sospecha, y recibirá en su espalda el castigo que Sánchez no permite a los ciudadanos infringirle a él en las urnas.

El presidente cuenta con su exigua victoria parlamentaria, fundada en acuerdos de compra-venta de apoyos a precio de saldo para él pero carísimo para todos los españoles. Los socios de Gobierno han sabido sacar un partido inimaginable a la obsesión enfermiza de Sánchez por el poder, y presumen abiertamente de que todo este escándalo les permitirá subirle aún más el precio de sus votos al presidente; precio que aún encima pagaremos todos los ciudadanos.

Sánchez está acabado. No debe seguir en La Moncloa ni un minuto más. El tiempo que ahora intenta ganar mientras avanza la investigación, de la que el propio Page ha dicho que todavía solo sabemos una pequeña parte de aquello que más preocupa en La Moncloa, tan solo aumentará su propio padecimiento, el hundimiento de su partido (presidentes autonómicos y alcaldes temen que las pérdidas en el poder local serán catastróficas), la ruina de toda la nación, y la infinita indignación de los españoles. Dijo venir a acabar con la corrupción, pero lo que está haciendo ahora es naturalizarla.

El caso es que a estas alturas de la trama y con los continuos giros de guión que se escriben cada día, se va intuyendo que esta película acabará como la célebre El Sexto Sentido: el protagonista está muerto desde el principio pero sólo se dar por enterado al final.

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