Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
La aparición del libro “El jefe de los espías”, escrito por los periodistas de ABC Juan Fernández Mirada y Javier Chicote, en base a las confidencias contenidas en las notas personales conservadas por el teniente general Emilio Alonso Manglano, director del CESID, hoy CNI, entre 1981 y 1995 confirman hechos intuidos y publicados durante todos estos años. Y alguno de ellos, en función de los recuerdos del general de sus conversaciones con Juan Carlos I, resultan harto sorprendentes de la fangosa desvergüenza con que se cubrían las andanzas de quien era Su Majestad Católica. Sólo vienen a confirmar lo sobradamente sabido. Durante tantos años, gracias entre otras cosas, a la labor del leal jefe de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, la prensa adormecida miró para otro lado, hasta que fue evidente que no se podía seguir ocultando en España lo que con detalle divulgaban los medios extranjeros sobre un rey nada que tenía el cinismo de reclamar la ejemplaridad pública a los demás y decir que él mismo la asumía.
Una de las obsesiones de Juan Carlos era el dinero, aparte de la conocida pulsión sexual de los Borbones. Una vez entronizado como jefe del Estado, se consideró que se podría disponer un modo discreto de completar sus ingresos mediante una suerte de complementos o primas por su actividad como gestor de intermediación con el mundo árabe, gracias a sus excelentes relaciones personales con sus “hermanos” musulmanes, y que cobrará un porcentaje por cada barril de petróleo adquirido por España. Esa actividad se convertirá en un modo habitual de obtener ingresos complementarios.
Uno de los aspectos más insólitos de la historia reciente de España es la implicación del CESID ahora CNI para dar cobertura a las aventuras amorosas de Su Majestad Católica Juan Carlos I, porque antes de que el Félix Sanz de Santamaría hiciera el nada honroso papel de intermediario en las relaciones de Juan Carlos I con Corinna Larsen, los servicios de Inteligencia española ya protegían las aventuras del monarca en sus tratos con otras amantes famosas. Todas fueron bien pagadas, en unos casos a cuenta del erario público, en otro, de las comisiones que cobraba el rey honorífico por sus intermediaciones en negocios internacionales.
El general Manglano, hombre de tan profundas convicciones religiosas que está a punto de adoptar el sacerdocio, llegó a encargarse de buscar a Juan Carlos un discreto picadero para sus aventuras. Ese detalle se cuenta en el libro comentado, que recoge las propias notas en las agendas del militar En la mima obra se confirma, pero ya con nuevos detalles, el chantaje a que Bárbara Rey sometió, en dos fases, a Juan Carlos, y cómo hasta los propios servicios de seguridad de la Zarzuela, a cuyo frente está un militar, se tienen que reunir con el jefe de la CESID para sacarle las castañas del fuego al monarca con cargo a los fondos del Estado. A María García, Bárbara Rey, la primera vez, le ofrecen una casa en el extranjero y 4.000 millones de pesetas. En la segunda ocasión, se le entregan 100 millones de pesetas y otros cincuenta de pago regular hasta alcanzar los 600, más programas en la televisión pública. O sea, que plenamente confirmado.
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