Opinión

Si yo fuera presidente

Hace unos días, en un programa de televisión, le preguntaron a un conocido humorista cuál sería su primera decisión en caso de ser nombrado presidente del Gobierno. El humorista -un cómico veterano y de probada eficacia que responde a la filiación ficticia de Leo Harlem aunque se llama en realidad Leonardo González Feliz y al que desgraciadamente  no entiendo ni la mitad de lo que dice aunque la otra mitad que sí escucho me parece muy graciosa- respondió explicando lo que le gustaría aplicar políticas que mejoraran el nivel de vida de los ciudadanos. Yo observaba la marcha del diálogo y reflexionaba sobre esta costumbre  extendida y peligrosa que suele tomar posesión de los programas de entretenimiento y que incita a sus presentadores a plantear situaciones semejantes.

Personalmente prometo que si a mí me hicieran esa pregunta respondería que lo que haría es dimitir de inmediato, único modo honesto y reflexivo que conozco para servir bien a mi país. El problema es que, cuando a personajes del deporte, el arte y la farándula se les inquiere en términos parecidos, se encuentran listos para responder quieren hacerlo con agudeza y se ponen a relatar su programa. Hay hechos aún más graves. Algunos de los cómicos -que son regocijantes en el escenario- se lo han tomado completamente en serio y han iniciado una carrera política que en ocasiones ha acabado en la Cámara de su país montando, eso sí, un estropicio que acaba saliendo en los diarios. 

Lo natural y lo sensato es que cada uno se dedique a lo que sabe hacer y el desempeño político se deposite en manos de gente competente y bien preparada para que la actividad administrativa, legislativa y parlamentaria sea ejercida por quienes saben hacerlo. Para nuestra desventura, muchos de los personajes que se sientan hoy en el congreso de los Diputados de la carrera de San Jerónimo no tienen formación, no se han aplicado en obtenerla y no saben nada de nada. Si su discurso no traspasa la frontera de  una tertulia entre amiguetes acoderados  en la barra de un bar, todos estaríamos a salvo. Lo que pone los pelos de punta es comprobar cómo a esta tropa  variopinta y ecléctica el voto popular les ha concedido licencia para legislar. Qué peligroso.

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