Opinión

Cinco días de abril

El presidente del Gobierno, otorgando la razón a aquellos que tildaban estos cinco días de abril como un sainete destinado a promover un baño de solidaridad entre los que lo aman, ha comunicado en una comparecencia televisada desde la puerta de su residencia en la Moncloa, que no dimite. El primero que respaldaba la tesis de la continuidad era el jefe de la oposición, para quien este arrebato de hombre enamorado no era otra cosa que un truco calculado al milímetro y representado por un sujeto que se caracteriza por sus superiores niveles de resistencia que lo tienen entrenado para lo que haga falta.
Tenían razón aquellos a los que estos furores del presidente no les inspiran otra cosa que impostura, pero si bien el modo de escenificar todo este insano montaje que ha mantenido el país cinco día en el limbo, olía a patraña, los conceptos vertidos por un presidente que se encoleriza porque un juez desea saber si su mujer ha vulnerado el código de buenas costumbres que debe caracterizar a la esposa un presidente, sobrepasan el límite de los argumentos tolerables. Sánchez se ha adjudicado a sí mismo el papel de garante único de la democracia en un país que es hoy por fortuna, con él o sin él, un referente mundial en su trato de las libertades individuales y colectivas y un modelo mundial de comportamiento  democrático. El abanico de expresiones utilizadas por Sánchez en el teatro de su triunfal regreso a la vida pública, ha señalado como peligrosos agentes del complot fascista que se ha concatenado para acosarle a él y a su señora a todo aquello que no le agrada. De todo lo que no celebra sus virtudes como líder mundial –“es el puto amo” dijo el sábado el ministro Óscar Puentes en uno de estos actos de adhesión incondicional que yo creía ya venturosamente olvidados- el presidente opina que forma parte de una conjura de ultraderecha cavernaria compuesta por jueces, periodistas, o simples ciudadanos no afectos. Y sobre todo, del líder de la oposición y sus militantes y partidarios a los que culpa de convertir en víctima de una campaña de acoso universal a él y a su  mujer de la que, como todos hemos sabido, está profundamente enamorado. Hay muchos más maridos en idéntica condición, pero no todos presiden un Gobierno.
Este episodio ridículo está cerrado. Pero lo que no lo está es el proceso judicial que investiga a Begoña Gómez aunque la fiscalía haya tratado desesperadamente de pararlo. Solo el juez es competente para continuarlo o decretar su archivo aunque Sánchez se quede o Sánchez se vaya. Eso, aún con el gran poyo que ha representado, es aparte.

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